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José Emilio Pacheco asió con la palabra la memoria y lo cotidiano

José Emilio Pacheco asió con la palabra la memoria y lo cotidiano
28 de enero de 2014 - 00:00

Cada vez que muere un poeta hay algo que pierde y gana la Tierra. Su obra es más leída, el poeta se mitifica. Es un círculo vicioso. En el caso de José Emilio Pacheco, el ‘poeta querido de México’, como lo han titulado varios diarios tras su muerte este domingo, ese principio será irremediablemente repetido.

Pacheco fue integrante de la llamada Generación de los cincuenta y fue uno de los escritores, poetas, periodistas, ensayistas y traductores más destacados de México y de América Latina, a pesar de que él no lo reconociera, pues siendo vecino del escritor argentino Juan Gelman, en el sector de la Condesa de México DF, decía que no podía ser ni el mejor poeta de su barrio. A dos semanas de fallecido, su vecino finalizó una columna en su honor que envió al semanario Proceso, tras lo cual sufrió el accidente donde se golpeó la cabeza, motivando su ingreso al Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, donde falleció a los 74 años a causa de un paro cardiorrespiratorio.

Nacido el 30 de junio de 1939, fue fruto del exilio, período de la vida republicana de México a la que reconoció como una “catástrofe, pero a la vez una bendición cultural y de intercambio”. Durante los años 1939 y 1942 se estima que México acogió a 25.000 refugiados españoles cuyo 25% pertenecía a inmigración intelectual o de élite.

Pacheco se adentró en la literatura desde joven, con textos que impresionan una carga de evocaciones que, a su vez, caminan hacia la emancipación.

Su compatriota y compañero de letras Carlos Fuentes lo describió como un poeta nato. “Lo conocí cuando era un joven de diecisiete años y, viendo su obra retrospectivamente, creo que desde su primer poema es un gran poeta y que su último poema es el primero que escribió. Quiero decir que José Emilio Pacheco representa una asombrosa continuidad de la obra”.

Esa continuidad, a la que se refiere Fuentes, es el mundo que descubrió Pacheco a los 6 años con la ficción, momento en el que declara: “Me es revelado también que mi habla de todos los días, la lengua en que nací y constituye mi única riqueza, puede ser para quien sepa emplearla algo semejante a la música del espectáculo, los colores de la ropa y de las casas que iluminan el escenario”. Así lo dijo, en su discurso para recibir el Premio de Literatura Miguel de Cervantes, uno de los diecinueve con los que fue reconocido durante su trayectoria.

Además de ser parte de los escritores que han obtenido importantes premiaciones, tuvo de su parte la devoción de lectores de todas las edades por el poema que se hizo lema en su patria, Alta traición, en él se describe en versos el sentimiento contradictorio que evoca el nacionalismo mexicano.

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.

Con su novela corta Las batallas en el desierto, escrita en 1981, se constituyó en un hito entre los jóvenes, hecho que confesó de gran satisfacción. Esta obra se adaptó al cine, al teatro e incluso fue fuente de inspiración para canciones de rock como Las batallas, de Café Tacvba, agrupación a la que nunca conoció, pero a la que agradeció.

Sobre esa especial importancia de Pacheco entre los jóvenes, escribió la periodista y también escritora mexicana Elena Poniatowska: “José Emilio toca fibras en las que nos reconocemos, en las que tú y él y yo, ustedes y nosotros nos identificamos. Los jóvenes lo quieren porque ha tenido la generosidad de decir que ‘todo lo escribimos entre todos’”.

Pacheco fue un escritor exigente consigo mismo, pero humilde siempre. Reconocía que la experiencia no era garantía de escribir bien. “Con 20 años piensas que tal vez un día llegues a escribir con una facilidad, con una certeza y un conocimiento... Y no, nunca. Siempre es por primera vez, siempre. Y, además, la mayoría de las cosas sale muy mal. La mayoría de los textos que haces es malísima, para que uno te salga bien necesitas hacer 50 muy malos”, dijo en una entrevista durante 2009, en la que dio la razón a una frase de un autor neoclásico del siglo XVIII: “En la poesía, lo que no es excelente es despreciable”.

Para Pacheco, la literatura solo puede funcionar en términos de suficiencia individual, sensibilizar contra la violencia, la crueldad y dar una conciencia muy grande de la presencia del otro. Esa conciencia del otro lo mantuvo escribiendo hasta sus últimos días y que se reparte entre quince libros de poesía, dos novelas y cuatro relatos.

Ese México en el que finalizó sus días era distinto al que recorrió en su juventud, pero “se fue muy tranquilo, se fue en paz; murió en la raya como hubiera querido”, expresó Laura Pacheco, hija del poeta.

UN ESCRITOR VERSÁTIL DE HABLA TÍMIDA

José Emilio Pacheco conoció a Pablo Neruda, a Jorge Luis Borges, a Max Aub, a Vicente Aleixandre. Con cada uno de ellos tuvo una anécdota para la historia.

Según contó, Vicente Aleixandre escribía una carta a cualquier poeta hispanoamericano que le mandara un libro. Pacheco recibió muchas cartas de Aleixandre, pero confesó que al estar en Madrid en 1968 no se atrevió a visitarlo, por lo que nunca lo conoció en persona.

Con Neruda, su mayor acercamiento fue la lectura de su poesía y el premio que recibió y que lleva el nombre del escritor chileno. En una oportunidad de estar cerca, no quiso estarlo, por la timidez que le caracterizaba. “Me dijeron: esta noche va a estar aquí Neruda (supongo que rodeado de otras 800 personas). ¿Y qué le iba a decir yo?: buenas noches, señor Neruda, me gustan mucho sus poemas...”, contestó Pacheco en una entrevista a Pablo Ordaz, publicada por el periódico español El País.

Con Borges, en cambio, mantuvo una discusión sobre esos verbos que aseguraba solo se mantienen en México, y que Borges, a sus 74 años, admitió desconocer. El verbo era platicar. Cuando se encontró con el poeta argentino le dijo: Es inconcebible, porque quién sabe qué pasó en el mundo hispánico que hacia 1930 desapareció de todas partes, excepto de México. Platicar está en toda la literatura medieval, en toda la literatura del Siglo de Oro, del siglo XVIII, del siglo XIX y está en sus libros... Y él me decía, no, es que platicar es conversar. Y yo le respondía que no. Platicar es una cosa privada.

LEA LA ÚLTIMA COLUMNA ESCRITA POR JOSÉ EMILIO PACHECO, DEDICADA A JUAN GELMAN (TOMADO DEL SEMANARIO PROCESO DE MÉXICO)

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