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Héctor Abarca, el compositor que sufre un olvido “consciente”

Héctor Abarca, el compositor que sufre un olvido “consciente”
09 de julio de 2013 - 00:00

Los premios ya no remedian a un compositor como Héctor Abarca Oleas, quien solía, en el albor de su inspirada alma musical, soldar a fuerza de palabras los sentimientos de tragedia y pérdida amorosa que están presentes en varias de las canciones que creó. “Tu ausencia me mata/ el llanto me desgarra el alma/ tristeza que llevo/ y el alma de dolor se muere/ mala ya mi suerte, mi sino solo es un tormento/ tormento que mata de dolor mi vida”, llora el coro de la tonada Tu ausencia. Agrupaciones como Don Medardo y sus Players, Los Brillantes y el Dúo Valencia -por nombrar algunos- han interpretado sus composiciones y las han devuelto en éxitos.

Oe61-51 numera una silenciosa calle del Centro histórico de Quito; allí, en un cuarto que también es su local de ventas, alquilado a la congregación de las Hermanas Clarisas, reside el artista riobambeño de 88 años. Ofreció, tiempo atrás, de su autoría más de 200 composiciones musicales en pasillo, pasacalle y tonadas, a un país que, quizá involuntariamente le ha devuelto la espalda. Poco se le reconoce ahora.

Después de producir esa gran cantidad
de obras musicales, hoy lo desconocen
en su barrio
Según la base de datos de la Sociedad de Autores y Compositores del Ecuador (Sayce), Abarca nació en Riobamba el 24 de noviembre de 1925. Después de producir esa gran cantidad de obras musicales y poesías, hoy lo desconocen en su barrio, en la calle, en su propia casa, que también es un negocio de discos de vinilo. Sobre el umbral del antes mencionado cuarto, en oscuro hierro, las letras “Discos Labarca” indican, por un lado, qué hay detrás de esas puertas azules y, además, de que le cambiaron el apellido.

Un viento cálido/frío inunda la mañana. Los buses amenazan con arrasar todo a su paso o quedarse atorados en la angosta callejuela Rocafuerte, de este Centro Histórico que aquel día -como sugieren algunos de sus caminantes- pinta histérico. El reloj marca diez minutos antes de las once  y Ana Lucía, una amante de la música nacional que suele visitar a Héctor le pregunta: “¿Ya comió?” Él responde con voz pausada, que a cierta distancia es inaudible: “aún no desayuno nada”.

Cuando se arriba al Arco de la Reina, ubicado en la calle Guayaquil y Rocafuerte, se debe por esta segunda enfilar hacia arriba, cruzar dos caminos horizontales, pasar por la Iglesia de las Hermanas Clarisas, en cuya plaza vacía baila y se disuelve el amanecer. Allí, en el costado derecho de este templo, en la tercera puerta azul vive el músico. Si es que las puertas están entreabiertas se contemplará insertada en el techo pálido una careta sonriente, ¿qué querrá decir esa señal?

“El compositor es socio activo, tiene
un plan de salud, pero él no acepta
este ofrecimiento”
La habitación tiene unas dimensiones de tres metros de largo por cuatro de ancho. Encima de dos cajones reposa una radio en la que suena música de Manu Chao. Héctor, como todo músico, escucha diversas emisoras. Hay restos de cartones sobre el suelo. En las paredes cuelgan álbumes de música nacional, especialmente de pasillos. Al lado derecho de la recámara se ve un disco de platino que J.D. Feraud Guzmán le entregó a este compositor, pero ya no recuerda en qué fecha. Arriba, en la esquina izquierda, hay un retrato de Héctor que muestra a un tipo buen mozo, joven, con bigote, con cabello engominado, peinado hacia atrás... Eran los tiempos de su boom en las estaciones ecuatorianas cuando los oyentes lloraban con las canciones y creían que esas melodías accionaban un botón en sus existencias, que nunca más eran los mismos, que no las olvidarían.

Por ejemplo, ese desgarro lo refleja en la letra del pasacalle Triste me voy: “Triste me voy sin tu cariño/ mi dulce amor por qué me dejas/ por qué te alejas si eres mi vida, mi adoración./ Te llevo dentro del alma y sólo vivo pensando en ti/ porque en mi vida tú representas ese dorado sueño de amor”.

Abarca sufre altos niveles de anemia y deshidratación, revela Ana Lucía. No se sabe si ha tomado  sus medicamentos, debido a que, su memoria le juega malas pasadas. Días atrás sacó un nuevo documento de identidad porque no recordaba en dónde colocó o guardó la cédula anterior y, por ello, no podía retirar dinero de su cuenta bancaria.

Sayce le provee un sueldo vitalicio de quinientos ochenta y cuatro dólares. “El compositor es socio activo, tiene un plan de salud, le hemos propuesto llevarle al médico para que sea atendido adecuadamente, pero él no acepta este ofrecimiento, quizá por su temperamento”, explica Fanny Largo, representante del área de Socios de la entidad.

“Ya no escucho muy bien”, alerta Héctor, señalando con los dedos sus oídos. Lleva un pantalón y buzo verde oliva. Luce cabellos canos largos que asoman fuera de su sombrero pardo. Su piel es pálida y curtida, al hablar junta sus manos largas. Se expresa afable, deja ver una dentadura escasa y reitera: “estoy convaleciente, espero restablecerme pronto”. No tiene hijos. Sin embargo, él se rehúsa a recibir atención. “Podría pagarse un asilo, una sobrina lo visita últimamente”, indica Ana Lucía, su amiga.

En otros tiempos Abarca salió de paseo por las calles del Quito colonial, se cayó, perdió el conocimiento y unos policías le trasladaron de vuelta a sus aposentos. Sin embargo, consciente, él rechaza recibir atención. Paga 150 dólares de renta a las Hermanas Clarisas.

Abarca algún rato escribió Primor de chola: “Mujercita de mi vida/ estrellita luminosa/ los domingos por la Ronda, Chimbacalle y la Alameda con mi chola platicando,/ muy juntitos caminando, y la gente que murmura:/ ay que chola tan divina, cómo besa, cómo abraza y se goza con mi chola, con primor”. En el presente una gata lo acompaña.

Ya no tiene guitarra para crear nuevos sonidos o nuevas letras. “Me robaron la guitarra, los pillos no  respetan nada”, asegura Abarca. Aunque su amiga Ana Lucía explica que eso aconteció meses atrás, el compositor riobambeño lo confunde: “recién  pasó, dormía en mi sillita de mimbre y algún ratero abusó de eso”.

En Canto a la vida, Abarca evidencia el interés y la preocupación que les daba a sus musas: “...quien nunca ha amado,/ nunca sabrá lo que es angustia, lo que es dolor./ Dime serrana si llorarán tus lindos ojos llantos de amor”.

¿Quién cuidará de él ahora, será flexible a quien le ofrezca un mimo?, surgen las dudas mientras el tiempo sigue sometiendo su cuerpo.

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