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El Telégrafo
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El autor defendía la postura de tratar a los hechos reales de la misma forma en que lo hacía la tradición de américa latina: a través del realismo mágico

Gabriel García Márquez: “El deber revolucionario de un escritor es escribir bien” (GALERÍA)

Gabriel García Márquez en 1967 con un ejemplar de la primera edición de su novela más exitosa, Cien años de soledad, publicada en Buenos Aires por Editorial Sudamericana. Hasta la fecha se han vendido cerca de 40 millones de copias de esta obra.
Gabriel García Márquez en 1967 con un ejemplar de la primera edición de su novela más exitosa, Cien años de soledad, publicada en Buenos Aires por Editorial Sudamericana. Hasta la fecha se han vendido cerca de 40 millones de copias de esta obra.
22 de abril de 2014 - 00:00 - Alfonso Monsalve Ramírez

En mayo de 1967 apareció la primera edición de Cien años de soledad. En el noviembre siguiente, estaba en imprenta la cuarta edición de 20.000 ejemplares, como las 3 anteriores. En la patria del escritor ya no se consigue el libro. El escritor es Gabriel García Márquez, o simplemente Gabo, nacido en un pueblo de la Costa Atlántica, Aracataca, cuya transposición literaria lleva ya el nombre familiar a sus compatriotas de Macondo. De estatura más bien baja, trigueño y con un bigote caído sobre las comisuras de los labios, su aspecto recio hace pensar en el tipo medio del mexicano: además Gabo ha vivido bastante tiempo en México, ama aquel país, y en su acento hay huellas de esa influencia.

Pero a poco hablar, aparece íntegro el típico costeño colombiano, hablador, franco, directo en sus conceptos, y poniendo en toda expresión una gracia sincretizada del doble ancestro negro y español bajo el amodorrante sol del trópico. Por eso la entrevista, que había comenzado difícil, conceptuosa, cuando Gabo encontró el hilo de sus ideas, cuando comenzó a decir lo suyo, lo que siente que debe decir, se convirtió en un torrente de palabras, un alud que al final, cuando me despedí, me hizo sentir la clara impresión de tener que meter en cintura un río desbordado, y –¡qué lástima!– reflejando apenas opacamente la rica conversación con Gabo. He aquí la síntesis que, de todos modos, no mella sus opiniones. (IR AL ESPECIAL MULTIMEDIA: UNA VIDA DE LETRAS Y REALISMO)

La novela tiene su auge en vísperas de las grandes transformaciones

La novelística latinoamericana ha hecho su aparición con fuerza sorpresiva en el panorama de la literatura universal. Se ha dicho que el fenómeno señala el surgimiento del escritor latinoamericano. Pero Gabo lo interpreta en otra forma: “No hay un surgimiento de escritores, sino de lectores. Los novelistas, hoy tan solicitados y leídos, estamos trabajando desde hace 20 años, excepto en el caso de Mario Vargas Llosa”.

Ilustra esta opinión con datos: “Cortázar, por ejemplo, publicó la primera edición de Bestiario en 1951. La segunda edición apareció 14 años después, en 1965. La tercera también en 1965. Y la cuarta en 1966. En este momento la Editorial Sudamericana tiene vendidos un millón de libros de Cortázar. Otro dato significante: Esa editorial atraviesa actualmente una crisis de papel: antes nunca había tenido ese problema. En mi caso personal, he visto ahora la fecha de publicación de mis primeros cuentos: 1948. Y mientras El Coronel no tiene quien le escriba cuenta con 3 ediciones en 10 años, con un total de 40.000 ejemplares, Cien años de soledad lleva 4 ediciones en 6 meses, en total 80.000 ejemplares. Lo que quiero decir es que existíamos. Lo que ocurre ahora es que nos han descubierto”.

El fenómeno, ciertamente, es interesante y propone muchos interrogantes. García Márquez se los plantea él mismo y va encontrando lúcidas respuestas: “Tanto los escritores como los editores estamos desconcertados. ¿Qué pasa? Esta respuesta espectacular del lector latinoamericano obedece a varias causas. En primer lugar, está, quizás, la decadencia de la novela europea y norteamericana”.

La segunda causa me la expresa en forma de pregunta: “Además, ¿no crees tú que la novela siempre tiene un gran auge en los momentos de crisis social, en vísperas de las grandes transformaciones?”.

Me siento profundamente responsable

Esta insurgencia del lector suscita otras repercusiones. García Márquez es un escritor analítico y no se conforma con explicaciones fáciles. Sabe que la gloria que ahora le ha llegado no es solamente un galardón, sino también una exigencia por parte del ávido público americano. Dice: “Esta acogida de los lectores obliga al escritor a responsabilizarse. Personalmente me siento profundamente responsable. Contaré este caso: cuando apareció Cien años de soledad yo tenía lista para publicar otra novela, El otoño del patriarca. Ahora he decidido revisarla, trabajarla más aún, ya no me siento tan seguro, siento una gran responsabilidad. Ahora bien, no se trata de cambiar la novela que tenía escrita, no se trata de acomodarla al gusto del público. Yo sé muy bien a qué se debe el éxito de Cien años de soledad, y podría valerme de ciertos recursos técnicos para garantizar a El otoño del patriarca un éxito similar. Pero no lo voy a hacer. No voy a parodiarme”.

Experimentar, buscar, renovar

El monólogo se hilvana. Surge otro tema: “No se trata de aprovechar la experiencia adquirida, sino de experimentar”. Va apareciendo el credo estético de García Márquez: “Siempre estoy experimentando. Lo sabroso de la novela es eso, buscar, encontrar, renovar. Por eso mis teorías literarias cambian todos los días. No tengo una fórmula. El día que tenga una fórmula estoy acabado. Me contradigo. Quien no se contradice es dogmático, y ser dogmático es ser reaccionario. Yo no quiero ser reaccionario”.

Aspiro a que cada novela me coloque contra la pared

Gabo ilustra estas ideas con el itinerario de sus propias búsquedas: “Tres de mis libros, El Coronel no tiene quien le escriba, Los funerales de la mama grande y La mala hora, son en verdad un solo libro. Un mismo tema, unos mismos personajes, un mismo ambiente, que se repiten y se mezclan, como pedazos que tomo de aquí y coloco allá. Durante ese tiempo estaba experimentando, trataba de salir de la retórica latinoamericana. Disecar el lenguaje cada vez más, hacerlo más económico. Hasta que me encontré contra la pared. Los 3 libros pertenecen al realismo tradicional. La mala hora es el que refleja más directamente la realidad. Sin embargo, ha sido calificado como mi peor novela. Jorge Eliécer Ruiz me dijo: es un bache. Algún otro crítico dijo que era demasiado literaria y demasiado correcta para ser buena. La mala hora me colocó contra la pared. Pero sin La mala hora yo no hubiera podido escribir Cien años de soledad. Porque al quedar contra la pared tuve que romper la pared. En distinto sentido, Cien años de soledad me ha vuelto a dejar en la misma situación. Ángel Rama me comentó: ‘Raspaste el cajón, diste todo, ahora, ¿qué vas a escribir?’. Pues bien, tengo que romper de nuevo la pared. Aspiro a que cada novela me coloque contra la pared”.

Todo es real en Latinoamérica

A propósito de esto, le menciono que algunos críticos han dicho que en Cien años de soledad, García Márquez trata irresponsable y ligeramente el problema del realismo, y que la irrupción continua de la fantasía en la realidad, antes que elevar la realidad a un plano de evidencia, la desvirtúa. Gabo es enfático: “No me refiero a un acontecer histórico. Me interesa contar historias interesantes para el lector. Historias reales. No son, ciertamente, historias documentadas, pero son historias sacadas de mi experiencia vivida. Buscando me he dado cuenta de que la realidad en Latinoamérica, la realidad en que vivimos, en la que nos criamos, la que nos formó, se confunde diariamente con la fantasía”.

“Los informadores oficiales reducen los muertos a 26, yo los aumento a 3.000, a ver quién gana…”.

“La realidad en Latinoamérica, en la que vivimos, se confunde diariamente con la fantasía”.
Algunas anécdotas, muy bellas, explican esta afirmación. Escojo una: “En Cien años de soledad no hay un solo episodio fantástico. Es la realidad de todos los días. Por ejemplo, la ascensión de Remedios la bella en cuerpo y alma al cielo es un episodio histórico. Yo conocí en mi pueblo a una señora que tenía una nieta muy bonita. La muchacha huyó una noche con un agente viajero. Al día siguiente la señora explicaba la desaparición de su nieta diciendo que había ascendido en cuerpo y alma al cielo, que ella la había visto transfigurarse y llenarse de luz y elevarse a las nubes. Cuando la gente le expresaba su incredulidad ante hecho tan inaudito, ella replicaba: Si la Virgen María subió al cielo en cuerpo y alma, ¿por qué mi nieta no podía hacerlo?”.

“Esta forma de afrontar su problema –concluye Gabo– es parte de la realidad latinoamericana. Todo es real en Latinoamérica. Por eso no creo que en mi novela haya una mistificación perjudicial de la realidad. Otro caso: relato la masacre de las bananeras en una forma que puede llamarse falsa, superficial, irreal, sin documentos históricos. Todo lo que se quiera. Pero el hecho es que ahora hay en América 80 mil lectores que saben que en Colombia, en las bananeras, hubo una masacre. Antes no lo sabían. Yo describo la mecánica del hecho.

Y cuando alguien me decía que este libro era peligroso porque yo digo que hubo 3.000 muertos y que en realidad no hubo sino 26, le respondí: yo sé que hubo mucho más que 26, pero ustedes, los informadores oficiales, reducen la cifra a 26, yo la aumento a 3.000, a ver quién gana…”.

Gabo salta a la fantasía, a su realidad: “Hubo muchos más muertos que 26, pero la gente no lo cree. Sucede como con el General Aureliano Buendía, el protagonista de Cien años de soledad, que hizo 32 guerras civiles. Pero al final de la novela, cuando el último de  los Buendía lo cuenta, la gente no lo cree…”.

La gente quiere que el escritor sea líder

El tema lo apasiona: “En La mala hora precisamente quise hacer un realismo directo. Quise comprometerme con una realidad que me había impresionado mucho: la violencia. Yo no podía ser indiferente a esa realidad. Y resultó mi peor novela. Porque en ella caí en las fórmulas, caí en lo que ahora algunos me piden que haga…”

Intento comentar: “Algunos críticos hacen su crítica también a través de fórmulas…”, pero Gabo me interrumpe:

“Críticos no. Políticos. Hay gente que cree que los novelistas somos historiadores o políticos. Pero no nos pueden pedir que arreglemos todo. En mi viaje por Suramérica me di cuenta de que la gente, especialmente la juventud, busca un líder. Y cuando surge un escritor, le piden que sea líder. No. Nosotros contamos cuentos. Yo escribo ahora lo que me sale del alma, creo que eso hace más por cambiar la situación, hace más por el país. Tengo una ideología, y a través del lente de esa ideología veo todo y hago cuentos. Como le sucede a todo hombre y a todo libro. Caperucita Roja es un libro que tiene ideología. Eso es inevitable si se es sincero”.

Gabo resume su pensamiento: “Para decirlo de una vez, el deber revolucionario de un escritor es escribir bien”.

La literatura latinoamericana ha llegado a su madurez

¿Y los demás escritores latinoamericanos? ¿Los nuevos escritores? ¿Hay en ellos la misma visión ideológica de la realidad?

“Todos estamos en lo mismo. Contamos el mismo cuento, no hay 5 novelistas escribiendo 5 novelas, sino una sola novela en varios tonos, escribimos sobre la misma realidad y cada uno de nosotros muestra una parte de esa realidad”.

Sin embargo, es un hecho aceptado que los más jóvenes escritores latinoamericanos conforman, en términos generales, una tendencia homogénea, y que expresan el rompimiento con un realismo que ha sido calificado como costumbrista y precario. “No creo que haya un rompimiento –contradice Gabo–. Asturias y Gallegos son anteriores a nosotros, como lo son Flaubert y Amadís de Gaula. Lo que sucede es que Flaubert y Amadís de Gaula y Cervantes eran escritores maduros. Lo que hay en la novela latinoamericana no es un rompimiento sino una madurez.

El escritor debe ser rebelde siempre porque la sociedad es infinitamente perfectible

Gabo quiere, a raíz de estas consideraciones, decir algo especialmente a los jóvenes que aspiran a escribir: “Uno de los factores de esa madurez está en un hecho muy importante: por primera vez en Latinoamérica somos escritores profesionales. Cortázar fue el primero que nos dijo: Vamos a ser escritores, aunque tengamos que morirnos de hambre. Esta actitud termina por crear conciencia profesional”.

Al desenvolver su pensamiento encuentra otra inquietud: “También hemos reaccionado contra lo que podría llamarse el escritor mendicante. Antes los escritores querían ser una carga para la sociedad, que la sociedad los mantuviera, que los subvencionara. Pero cualquier subvención compromete al escritor. Y eso es válido para todo tipo de sociedad. Es terriblemente peligroso, y es algo que me inquieta. En este sentido me identifico totalmente con lo dicho por Vargas Llosa en su discurso en Caracas. Nunca he recibido una subvención, una beca, nada por el estilo. Cada centavo me lo gané con mi máquina de escribir. Ahora puedo vivir de lo que escribo, no porque escriba mejor ni distinto, sino porque he trabajado 20 años. El escritor debe mantenerse siempre independiente, debe ser siempre rebelde, en cualquier sociedad, porque la sociedad es infinitamente perfectible”.

* Entrevista realizada en noviembre de 1967 y publicada en diciembre en la revista soviética Enfoque Internacional de la Agencia de Prensa Novosti, Bogotá.

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