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Facundo Cabral sigue vivo

Facundo Cabral sigue vivo
24 de julio de 2011 - 00:00

Como las olas del mar que siempre vuelven a la tierra, hoy, esta tarde lluviosa de julio, mi hermana mayor vuelve a Facundo Cabral, coloca su viejo y querido acetato en el tocadiscos. La púa raspa la piel del ‘long play’ y la voz del argentino se levanta como el rugido del viento, como una profecía que llueve sobre la tierra y sus confines.

Mi madre, achicada por la luz en una esquina de la pequeña sala, sentadita con las manos juntas como si fuera a orar, parpadea cuando escucha la voz de Facundo: “Cuando los enamorados entran al bosque, las mariposas no se alteran, porque los enamorados no cazan mariposas”, empieza la canción ‘Vida Sencilla’.

Hace ya algunos años, tuve la oportunidad de entrevistar a Facundo Cabral: él se encontraba en un hotel de Buenos Aires, piso cuarto. Hacía mucho frío.

Desde allí, exclamó, con su voz de eco, cavernosa: “Los hombres libres y que andamos felices por el mundo no somos dueños de nada, somos propiedad de la vida”. Hoy Facundo ya no está con nosotros.

Haber aceptado la compañía de un extraño aceleró su encuentro con el fin inevitable. Si Facundo Cabral hubiera rechazado viajar en aquella camioneta, ahora habría estado caminando por Buenos Aires, con sus anteojos oscuros, recordando en su mente esos paisajes azules de Tierra de Fuego donde fue niño, en algún tiempo ya perdido.

En esos años, en el reformatorio donde creció, lo apodaron ‘Indio’, porque era muy buscapleitos. “Yo lo sentía con gran orgullo porque me críe con indígenas en el sur”, exclamó en la entrevista.

Y mientras mi hermana mayor pone tacitas de té sobre una bandeja de plástico con flores difuntas, suena ‘No estás deprimido, estás distraído’. La voz de Facundo flota en el aire frío del cuarto, son 53 minutos donde el argentino testimonia su aventura humana: “La vida no te quita cosas, te libera de cosas, te aliviana para que vueles más alto, para que alcances la plenitud. De la cuna a la tumba es una escuela. Por eso lo que llamas problemas son lecciones”.

Mi madre con una sonrisa se anima a decir: “Este señor te mete tantas ideas en la cabeza, pero me gusta lo que dice, sabe juntar las palabras”.

Sorbo mi té, observo el jardín de la casa, los rosales, los toronjiles, el duraznero y el capulí, y siento el corazón reconfortado. “Es Facundo Cabral, mamá”, le dice mi hermana mayor y cierra los ojos.

En los años setenta mi hermana se destacaba en un movimiento humanitario juvenil y desde esos días hasta hoy comparte su pan, su cariño y sus manos con la gente que necesita ayuda, solidaridad.
Esta tarde Facundo Cabral nos acompaña, mientras el ‘long play’ sigue girando, porque su música, voz y palabra es un cielo que no se puede borrar.

Cuando lo entrevisté, mientras su voz envolvente como una ola golpeaba en mi cabeza, surgió esta pregunta: ¿Cuándo fue la última vez que lloró?

Facundo contestó, con la voz apenada:

“Hace 48 horas. Una señora de las que viven en la calle, de esas que duermen en cualquier esquina, se acercó y me dijo: Señor Cabral, qué gusto verlo. Ha sido mi regalo de este día. Yo tuve una casa alguna vez y en esa casa había un televisor, y cuando usted salía por ese televisor había una fiesta en mi casa”.

“Facundo, sigues vivo”, murmura mi hermana, y adivino sus ojos mojados por las lágrimas. Anochece, en este lado del mundo. “No hay muerte, hay mudanza”, dijo alguna vez el argentino. Así sea.  

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