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El Telégrafo
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En el Seseribó “todo tiene su final, nada dura para siempre”

En el Seseribó “todo tiene su final, nada dura para siempre”
17 de enero de 2013 - 00:00

El Seseribó fue un lugar de encuentro para los pintores que buscaban musas para inspirarse, mientras que para los teatreros fue el lugar en el que se desestresaban de sus agotadores ensayos y de la presentación de obras. Allí  también se mezclaban los comunicadores y periodistas que fraguaron proyectos colectivos que desembocaban en revistas y programas de radio. Cada una de esas actividades que mentalizaban en el Seseribó estuvieron acompañadas, además, por el entretenimiento, el debate, el enamoramiento, el desenamoramiento; en  una época, incluso, se convocó como trinchera para responder al Gobierno de “terror” de León Febres-Cordero, allá en los años 80.

Abierto en 1983, desde hoy hasta este sábado el “Sese” -como se lo conoce también- llegará  a su final. Sus copropietarios decidieron cerrarlo argumentanto que “este es un momento de brillo como para cerrar con broche de oro”. El bailadero y nido de ideas no va más.

La actriz Juana Guarderas cuenta que acudía al lugar por la salsa, un género musical más cercano y con contenido social que la música disco que estaba en auge en aquella temporada, y que era la oferta de los otros bares. Una vez en el lugar y al son de la música también se elevaban los debates sobre política, sobre lo social y sin duda sobre el arte. “Fue un generador de ideas y de sueños”, asegura la actriz, quien añade que una vez que terminaban las jornadas de presentaciones teatrales religiosamente iban a comer e inmediatamente se dirigían al Seseribó en donde se domaban los demonios del mal humor.

Guarderas, conocida por protagonizar la obra “La Marujita se ha muerto con leucemia”, relata que una de las razones para dejar de ir es porque las energías son de carácter más huraño con el tiempo y recuerda, sobre todo, una época en la que el baile libre que disfrutaban los bailadores, se limitó tras la introducción de las “rondas de casino” que eran silueteadas por un grupo de cubanos. “Parecía baile de academia, ya no era por simple diversión, ni el baile libre. Eso no me gustó”.

El pintor Luigi Stornaiolo no tiene reparos en reconocer que hace diez años el Seseribó era parada obligatoria y que ningún jueves, ni viernes y peor sábados se perdía una farra del bar capitalino.

Stornaiolo, quien tenía tragos gratis a cambio de unas pinturas que entregó al bar, cuenta que la noche junto al bailado daba apertura al coqueteo, y para este creador el lugar incendiado de movimientos se convertía en el sitio perfecto para encontrar  “musas”.

El cierre del bar para Stornaiolo es “triste”, pues se trata de un “punto de referencia y de progreso en el ámbito cultural” ya que había coincidencias en los diálogos que versaban sobre “la revolución”, perpetuados a ritmo de salsa.

Pablo Salgado, escritor, comunicador y periodista, se remonta a la buena época y acepta, acongojado,  el cierre del Seseribó, al que calificó como uno de los lugares emblemáticos de Quito, en el  que los creadores se divertían y al goce y el placer planificaban de forma informal proyectos literarios, radiales y festivales de diversa índole.

Uno de los productos fue el Primer Encuentro de Escritores Jóvenes que se realizó en Ambato y al que invitaron a 60, pero al final acudieron 150. Entre las butacas, las canciones de Rubén Blades y Joe Arroyo, también se creó la atrevida revista “Mango”, de la que hubo entre 37 y 39 números... Todo eso se  consolidó en las salas de baile del Seseribó, cuenta Salgado.

Ese mismo lugar, en donde la salsa  envolvía a los habitúes  en sensaciones chispeantes, también sirvió de trinchera para algunos grupos que “optaron por la lucha armada contra el ex presidente León Febres-Cordero (1984-1988)”. “Se vivieron momentos de mucha tensión y se planificaba ahí respuesta frente a ese régimen tan autoritario, eso marcó a mucha gente. Fue una cuestión que ni al calor de los amigos, ni de la música se podía ocultar, porque eran momentos difíciles”, recuerda el escritor.

Trajo a su memoria, además, a Gustavo Garzón, un visitante recurrente del bar,   que colaboraba en la revista “La Letra Zumba”, de Esqueletra, y fue una de las víctimas de la represión de Febres-Cordero.

Para el escritor una de las razones del cierre del Seseribó responde al “avance de la ciudad a otras perspectivas, hacia otras opciones”, así como por el espíritu estricto que había en que la salsa clásica era el único ritmo que se imponía en la noche. “Se negó a abrirse a otros ritmos y quizá fue esa la razón, no se vio el potencial del nuevo público”, reflexiona Salgado, quien confiesa que hay “un sentimiento de culpa porque todos los que concurrían al lugar no lo cuidaron posteriormente. Debíamos tener esa gratitud con ese espacio, fuimos de alguna manera ingratos, fueron años en que de  alguna manera habíamos tenido un espacio de encuentro”.

Este jueves, viernes y sábado serán los últimos días para la fiesta y melancolía a los que acudirán Juana Guarderas, Luigi Stornaiolo y, seguramente, Pablo Salgado, para reparar un poco esa culpa.

Mientras tanto el nuevo propietario espera la entrega final del local para transformarlo en una discoteca de música disco, justo el género que Seseribó se resistió a poner cuando apareció hace 30 años.

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