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El hombre imaginario que no termina de morir

Estudió Ciencias Exactas y Físicas en la Universidad de Chile por un impulso competitivo por aprender algo en lo que no tenía las mejores notas. En 1938 publicó Cancionero sin nombre, su primer libro.
Estudió Ciencias Exactas y Físicas en la Universidad de Chile por un impulso competitivo por aprender algo en lo que no tenía las mejores notas. En 1938 publicó Cancionero sin nombre, su primer libro.
Fotos: Internet
24 de enero de 2018 - 00:00 - Redacción Cultura

¿Quién se atreve a vivir más de un siglo sobre esta tierra huérfana? ¿Quién es ese hombre al que todos llaman padre –y también padre de la antipoesía–? ¿Cuál es ese poeta que combatió a las vanguardias históricas y democratizó –con su cuerpo y su palabra– a la literatura? ¿Quién es Nicanor Parra?

“Es un hombre, pero podría ser otra cosa: una catástrofe, un rugido, el viento (...) Es un hombre, pero podría ser un dragón, el estertor de un volcán, la rigidez que antecede a un terremoto”, escribió la periodista argentina Leila Guerriero en un artículo publicado en la revista española Babelia, en 2011, sobre el  (anti)poeta, matemático y físico chileno Nicanor Parra, quien falleció la madrugada de ayer a los 103 años en su casa  del municipio de La Reina, en Santiago de Chile.

“Todos conocen a Nicanor Parra. Lo que más valoro es su humor y su revolución”, dijo Patti Smith tras la ceremonia de entrega del Premio Cervantes que el poeta chileno recibió en 2012. La cantante estadounidense lo conoció gracias a las traducciones que hicieron de él Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinguetti, en los años en que su antipoesía hacía furor entre la generación beat.

Su hermana fue la cantante, trovadora Violeta Parra, conocida por instigar en la tradición oral de Chile y llevarla a los escenarios en una época de represión.   

Antes de cumplir 100 años, Nicanor Parra superó la crisis de su lumbago, recitaba poemas de memoria, citaba a sus autores favoritos y también –dicen– era capaz de cantar, tal vez emulando a su hermana Violeta o a su padre.

En septiembre de 2017, cuando cumplió 103 años, el mundo entero lo dio por inmortal, a pesar de que había perdido la fuerza. El columnista del New York Times, Patricio Fernández, dijo en un texto en el que celebraba  su cumpleaños que la última vez que habló con Nicanor Parra sobre la muerte, él pensó en los chinos.

“¿Supiste en qué están los chinos con la muerte?”, preguntó Parra al periodista. “Dicen que no existe”, se contestó así mismo.

“Meses atrás su hermana, Violeta, se le apareció en sueños y le dijo: ‘Mátate, Nicanor’. Yo le pregunté si estaba listo para morir: ‘Te contestaré lo que dijo el maestro taoísta: listo para morir ahora mismo o dentro de cien años’”, relata Fernández.

Y hace tiempo que Parra parecía listo para partir, como cuando escribió el poema ‘Para mayores de cien años’. En él dice: “disimulo mis llagas a granel/ Yo me río de todas mis astucias/ porque soy un ateo timorato”.

En otro poema de 1969, que apareció en su Obra Gruesa, escribió sobre las instrucciones para su velorio: “Cuidadito CON velarme en el salón De honor De la universidad / o en la Caza del Ezcritor / de esto no cabe la menor duda / malditos sean si me velan ahí / mucho cuidado con velarme ahí / Ahora bien —ahora mal— ahora / vélenme con los siguientes objetos: / un par de zapatos de fútbol / una bacinica floreada / mis gafas negras para manejar / un ejemplar de la Sagrada Biblia”.

Nicanor Parra, Roberto Bolaño e Ignacio Echevarría. Este último visitó el año anterior el Centro Cultural Benjamín Carrión de Quito y dio una ponencia sobre el poeta chileno. 

El poeta chileno hizo de su poesía una manifestación del lenguaje coloquial; e integró en sus versos y en el pensamiento poético lo popular.

Parra, que creyó en los clásicos, murió en enero de un año en el que los usuarios de las redes sociales decidieron leer colectivamente a uno de sus autores favoritos, Dante Alighieri, pues decía que su Divina Comedia estaba conectada “con el pueblo”. Murió –también–  en el mismo día, pero de hace tres años, en que falleció su amigo Pedro Lemebel, con quien compartió una misma filiación política, estética y ética.

Para Parra “la muerte es un hábito colectivo”. Por eso, quizás, cuando había decidido mantenerse lejano de la vida pública y con 96 años a cuestas, se sumó a una huelga de hambre colectiva, organizada por unos mapuches que fueron procesados por la Ley Antiterrorista, heredada de la dictadura de Pinochet.

La vida de Nicanor Parra fue un discurrir incesante:  nació en 1914 en una familia de artistas chilenos. Estudió Ciencias Exactas y Físicas en la Universidad de Chile por un impulso competitivo por aprender algo en lo que no tenía las mejores notas. Se especializó en Mecánica Avanzada en la Universidad de Brown de Rhode Island, en Estados Unidos, y luego se trasladó a Oxford.

En 1938, mientras sobrevivía a la vida como profesor, publicó Cancionero sin nombre, su primer libro.

Entre 1945 y 1996 fue profesor de Mecánica Teórica en la Universidad de Santiago de Chile, donde fundó el Instituto de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ingeniería, junto con el poeta Enrique Lihn.

Fue profesor visitante de las universidades de Louisiana y Nueva York. En 1968 participó en el Frente Amplio de Intelectuales por el No, a propósito del plebiscito de reafirmación convocado por el dictador Augusto Pinochet.

Rubén Vargas Portugal, en 1989, dijo sobre la poesía del chileno que encuentra en ella algo nómada porque aparece donde menos se la espera: “Ha hecho suyo, como quería Barthes en su vinculación de la literatura, el arte de burlar o despistar  a los códigos que acechan a todo acto del habla para clasificarlo y fijarlo en orden discursivo. Aparece como un estallido disgregador del orden, se deja oír y leer, y antes de entregarse a los goces de sus propios hallazgos o de configurarse como un discurso poético acabado borra toda huella, se niega a sí misma”.

Recordado en Ecuador
El trabajo de Nicanor Parra se volcaba a un propósito combativo contra la literatura: desacralizar la figura del poeta, ironizarla y, de ser posible, destruirla.  El año anterior, en el Centro Cultural Benjamín Carrión, el crítico español Ignacio Echevarría dictó una conferencia sobre la antipoesía de Parra.

En esa charla en la que asistieron las voces más frescas de la narrativa hispanoamericana –como Elvira Navarro, Ariana Harwicz o Carlos Granés–, Echevarría  dijo con soltura que si la vanguardia planeaba la construcción de un nuevo lenguaje adaptado a una nueva realidad, “un lenguaje utópico”, Parra hacía lo contrario: no buscaba un nuevo lenguaje, sino que recuperaba uno viejo.

“No tiene que inventar palabras ni sintaxis nuevas, ni siquiera temas nuevos. El lenguaje de la poesía ha de ser el del habla de la calle, según Parra. Lo que ya está solo hay que reformularlo. Esa es la gran revuelta de la antipoesía. Desde el Romanticismo la literatura ya empieza un camino de rebajamiento del lenguaje poético, pero se hace a pasos tímidos. Con la antipoesía ese camino se vuelve radical. El proyecto de la antipoesía está ligado a una idea política: democratizar la palabra para que la experiencia poética sea compartida por la totalidad de los  hombres y no solo para una elite”, remataba Echevarría.

Harold Bloom, teórico literario estadounidense, decía que debe reconocerse como un mérito de Parra “el haber contribuido a preservar la imagen de lo humano en estos malos tiempos en que la izquierda y la derecha han sacrificado juntas la libertad de la imaginación en aras de sus ideologías antagónicas. Parra nos devuelve una individualidad preocupada por sí misma y por los demás, en lugar de un individualismo”.

El epitafio que tendrá Nicanor Parra, hacedor de artefactos, será otra de sus bromas: “Voy&vuelvo”. (F) 

Sus libros

Publicado en 1954

Es el segundo poemario del escritor chileno. Apareció en la editorial Nascimento.

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Publicado en 1993

Prologado por el peruano  Julio Ortega, reúne en 14 capítulos el trabajo del poeta.

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