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El arte atraviesa las paredes de la cárcel

El arte atraviesa las paredes de la cárcel
01 de octubre de 2011 - 00:00

“Yo me quise matar”, cuenta Katty Bravo, mientras muestra su antebrazo izquierdo de piel morena lleno de marcas  transversales. Katty, de 28 años, es una de las 260 internas del Centro de Rehabilitación Social  de Mujeres de Guayaquil. “Es la segunda vez que estoy aquí”, masculla  esquivando la mirada.

Ella, al igual que más del 40% de las PPL (personas privadas de la libertad) que se encuentran en el centro, está por drogas.

En el lugar no hay barrotes, pero el encierro y la soledad son una realidad imposible de eludir. Las horas en el cárcel transcurren de diferentes formas para cada una de las internas y todas -o la mayoría- tratan de mantenerse ocupadas.

Cualquier actividad es un bálsamo  para evitar  las horas que parecen infinitas dentro de las celdas, en donde la vista se acorta por falta de horizontes amplios.

Nadie las obliga, pero hay dos cosas que las empuja a tomar los talleres que se dictan dentro del centro: los diplomas y las ganas de sentirse vivas.

Las actividades en las que  ocupan el tiempo las internas son un gran atenuante a la hora de pedir rebaja de pena, así lo comenta Ana Belén, quien está hace dos meses detenida por tráfico de drogas.

Música, teatro, pintura, libros, baile y manualidades son las actividades culturales que algunas de las internas del centro de rehabilitación realizan con el fin de “traspasar” las paredes de su encierro.

Susana Aylagas fue apresada por transportar  cocaína. Llegó  hace un año seis meses, después de salir de su país, España. Al inicio Susana pasó por lo que ellas llaman la “depresión carcelaria”. Le costó seis meses asimilar que su vida había cambiado y que ahora era parte de una realidad distinta a la de su país. Los seis meses que a Susana le tomaron reponerse le sirvieron también para darse cuenta de que era un oportunidad para hacer cosas buenas y útiles.

“Aquí estamos privadas de salir, pero si canalizamos nuestras energías en hacer cosas que nos ayuden a crecer en el tiempo que somos PPL, cuando salgamos vamos a ser mejores personas”, comenta Susana con  su ronca voz.

Susy, como la llaman sus alumnas, da clases de computación y español; además, próximamente será la encargada de la biblioteca del centro.

Ella decidió aportar al desarrollo de las PPL que quieran superarse. Envió un oficio al Ministerio de Justicia en el que solicitaba la donación de computadoras para darle clases a las internas y recibió como respuesta tres computadores que son  utilizados por todas las que se inscriban en las clases; como es el caso de Eva, quien a sus 22 años está aprendiendo a utilizar esa herramienta tecnológica.

“Tengo un año y tres meses aquí dentro. Cuando Susy dijo que iba a dar clases me interesé bastante, porque la verdad no sabía ni prender la computadora”, manifiesta Eva, mientras Susana le enseña cómo   teclear correctamente.

Muchas de las actividades van de la mano. Ahora algunas internas están aprendiendo computación, otras prefieren pedir libros en la biblioteca y dedicarse a leer, pero dentro de pocos meses, Susana tiene previsto unir esas dos actividades y realizar un concurso de cuentos y lecturas. Con entusiasmo expresa que las chicas podrán escribir sus historias, o leer cuentos o novelas que les gusten. Quienes asistan a escucharlos y participen, recibirán un diploma.

Y como si de un motor se tratara, para muchas PPL el arte las motiva y las libera. El grupo de teatro “Unidos por la libertad” es una muestra de ello. Está conformado por  hombres y mujeres reclusos.  En primera instancia nació como una idea del Departamento de Educación del Centro de Rehabilitación de Varones, pero al ver los resultados, decidieron incorporar a algunas internas dentro de este proyecto artístico que hasta ahora tiene como resultado  más de cuatro sketches y una fotonovela llamada “Tentaciones”.

Douglas, interno   y director del grupo de teatro, comenta que los sketches que  presentan son inéditos, basados en experiencias vividas y que siempre contienen un mensaje. Cada cierto tiempo realizan un casting en la cárcel de mujeres, ya que los integrantes se renuevan a medida que recuperan la libertad.

Fanny, colombiana de 30 años, ingresó al centro hace un año diez meses, pero está en el grupo hace tres. “Al estar aquí he aprendido cosas  nuevas que no creí que podía aprender. Intento  aprovechar el tiempo  al máximo. Estoy en teatro, algo que  nunca había practicado”, señala sonriente y con su voz suave y dulce.

El recorrido por los pasillos del centro se hace infinito. Ellas, las PPL, se muestran amables, sonríen, hablan de sus vidas; y a lo lejos, una voz imponente se escucha. Laila, una española de grandes ojos y una amplia sonrisa, con guitarra en mano narra su historia. Lleva tres años interna y ha vivido los dos lados de la cárcel. Cuando ingresó, después de ser detenida en el aeropuerto por drogas, su vida se resumió a consumir base y no pensar. “Estoy limpia hace dos años y ayudo a otras personas a rehabilitarse”, asevera.

Laila es cantante profesional desde los 16 años. En España realizaba presentaciones en diferentes lugares. Y aquí en Ecuador  ha logrado que su voz traspase las paredes de la cárcel.

Yo me dedico a la música todo el tiempo; además, dibujo y escribo. Estar aquí me ayudó a reencontrarme”, asegura mientras empieza a entonar una melodía en su guitarra.

Su cuarto lo ha convertido en un  lugar de exposiciones. Una litera de cemento es su vitrina de arte: la parte de arriba sirve de stand para sus cuadros hechos a carboncillo y el techo de la cama de abajo, donde duerme, simula un lienzo, donde Laila ha hecho un dibujo que representa para ella la naturaleza y su libertad.

De vez en cuando, Laila sale  a ver las calles, se sube en una tarima y tiene el privilegio de vivir la magia de entregar su voz al público.  Ha participado en diferentes eventos artísticos organizados por el Ministerio de Cultura.

La abogada María Belén Chérrez, directora del Centro de Rehabilitación de Mujeres de Guayaquil, explica que   resulta un poco complicado llevar a cabo este tipo de actividades, ya que se necesita  una logística especial para que las internas abandonen el centro. Sin embargo, las autoridades hacen todo lo posible para que hacerlo, ya que tienen la absoluta convicción de que estas cosas  ayudan eficazmente a lograr una reintegración social efectiva de las PPL.

“Nosotros tratamos de apoyar todas las iniciativas de las internas que sean posibles de ejecutar,  ya que así ellas se sienten útiles para la sociedad”, indica Chérrez, quien maneja una política de apertura e interacción directa con las internas.

La mayoría de las PPL se mantienen activas. Las que sienten la necesidad de expresar sus emociones encuentran en el arte un  refugio ante la realidad que viven y, además,  una forma de sentirse libres;  pintan, hacen origami, cantan, bailan o leen. “Mientras tengamos el espíritu libre, nada nos podrá encerrar. Aquí, al contrario de lo que muchos piensan, las personas crecen”, enfatiza Laila, y empieza a cantar un tema que escribió drogada, pero que resume lo que es vivir entre paredes.

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