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El maestro aprovechó su estancia para impartir un seminario en la casa humboldt

Danza Butoh o el arte de moverse entre la oscuridad y el silencio (Galería)

El bailarín japonés Iori Kinkis interpreta una de las piezas de ‘El mar, el poeta, el laberinto y...’. Atrás, el destacado músico Apachi Miyahara lo acompaña. Foto: Fernando Sandoval / El Telégrafo
El bailarín japonés Iori Kinkis interpreta una de las piezas de ‘El mar, el poeta, el laberinto y...’. Atrás, el destacado músico Apachi Miyahara lo acompaña. Foto: Fernando Sandoval / El Telégrafo
29 de octubre de 2014 - 00:00 - Carla Badillo Coronado

UNO

“El cuerpo es un cadáver que intenta desesperadamente tenerse en pie a riesgo de su vida”, decía el maestro Tatsumi Hijikata (1928-1986), uno de los padres de la danza butoh, cuyo origen se remonta a finales de la década del 50, tras el horror de la Segunda Guerra Mundial y los estragos provocados por la bomba atómica lanzada en Hiroshima, entre miles de cuerpos mutilados y una sociedad abocada al vacío.  

La frase que a muchos parecerá fatalista no solo resulta certera sino que encierra el sentido primario de la danza butoh; una danza que, a lo largo del tiempo, ha sabido mantenerse fuera de todo esquema y toda lógica, haciendo de la piel como planteaba Paul Valéry lo más profundo, como si al bailar pasos lentos, músculos contraídos, piernas arqueadas la mirada del bailarín, inevitablemente, fuese siempre hacia adentro.

 

DOS

Quizás el cambio de una conciencia estética sea una de las características más representativas de la danza butoh. Encarnada en cuerpos semidesnudos pintados completamente de blanco, rostros con expresiones grotescas o movimientos casi imperceptibles, el butoh representa la dualidad de todo ser humano (sus temores, sus deseos, sus raíces, sus contradicciones), pero, sobre todo, se enmarca en una belleza que ha logrado romper drásticamente— con todo lo convencional.

 

TRES

No en vano, en 1959, Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno (otro de los padres de la danza butoh) escandalizaron al público con una nueva danza. Realizaron una breve coreografía basada en la novela del japonés Yukio Mishima: Colores Prohibidos, mostrando la relación homosexual entre un hombre mayor y uno más joven; teniendo, como ‘guinda’ de la obra, la asfixia de una gallina. Como era de esperarse, la gente la rechazó, logrando, rápidamente, que esta quedase prohibida.  

Tras el suceso, Hijikata bautizó este tipo de danza como ‘Ankoku Buto-ah’, donde el uso generalizado del término butoh deriva de ‘Buyó’, que es la forma como se denomina a cualquier danza que no fuera una de las formas tradicionales japonesas. 

‘Bu’ significa bailar; ‘to’, dar un paso o pisar; ‘ah’, grupo o partido y ‘Ankoku’ significa ‘lanzar negro’; oscuridad. Así que, Ankoku Butoh puede entenderse, literalmente, como Danza de la Oscuridad.

 

CUATRO

¿Pero qué oscuridad puede existir sin un atisbo de luz?

El escritor argentino Antonio Porchia escribió alguna vez: “A veces de noche enciendo la luz para no ver mi propia oscuridad”. Siguiendo esta lógica, podríamos decir que el bailarín de danza butoh opera al revés: apaga las luces para iluminarse por dentro. Algo que, desde luego, el espectador también lo experimenta.

 

CINCO

El pasado 7 de octubre, el público capitalino tuvo la oportunidad de ver, en el teatro de la Asociación Humboldt, a uno de los grandes maestros japoneses de la danza butoh: Katsura Kan, quien -por primera vez- presentó en el país una de sus potentes obras: El mar, el poeta, el laberinto y...; tres piezas en las que, además, participaron dos coterráneos suyos: el bailarín Iori Kinkis y la poeta Chisato Seino, quien escribió y recitó sus poemas en vivo (a través de caligramas japoneses sobre dos grandes lienzos en blanco), sorprendiendo a todos con su enérgica intervención.

La obra que mantuvo al público absorto alrededor de una hora fue interpretada con música en vivo, gracias a la colaboración del músico e investigador japonés Apachi Miyahara, quien junto a Moti Deren y Félix Castañeda logró crear una atmósfera única, catártica, animal.

 

SEIS

Katsura Kan nació en Kyoto, Japón,  en 1948. Se formó con Tatsumi Hijikata; Yukihiro Hirota, maestro de la Escuela Kong de teatro Noh; y con Ben Shuharuto, maestro de Danza Tradicional Javanesa en Jokjakarta, Indonesia. Desde 1979 hasta 1981 realizó performances y formó parte de la agrupación de butoh “Byakkosha’’, conocida más por su austeridad e integridad que por el glamour que caracterizaba a otras.

Actualmente, Kan es director y coreógrafo de ‘Katsura Kan & Saltimbanques’, pero su labor ha sido continua. Hace 30 años que desarrolla lo que él denomina ‘las danzas de las minorías’, involucrando a artistas de  todo el mundo y generando, a su vez, proyectos que nunca han dejado a nadie sin ninguna excepción-indiferente.

 

SIETE

- ¿Señor Katsura, cómo experimenta, usted, el silencio?
- El silencio es fundamental; una de las atmósferas más importantes de la danza butoh para lograr la concentración que tanto el bailarín como el público necesita. Pero no olvidemos que para que el silencio exista, también deben existir -necesariamente- los sonidos.  

- ¿Y qué observa mientras baila?
- La danza, en general, es una especie de sueño, así que mientras estoy bailando trato de unirme al sueño del público. Es una forma de guiarlos en ese viaje onírico; pero, sobre todo, de acompañarlos.

 

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