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Coulrofilia, o de cómo un clown es capaz de sacar a otro clown

Michy Zelaya y Gerson Quinde, del colectivo TOC, presentan Cuco.
Michy Zelaya y Gerson Quinde, del colectivo TOC, presentan Cuco.
Foto: Cortesía
04 de abril de 2020 - 14:13 - Hugo Avilés

¿Han imaginado cómo es la transcripción textual de una obra de payasos? Probablemente piensen que será un documento breve, puesto que su contenido lexical es poco. Pues se equivocan. Puede llegar a ser mucho más extenso que una obra dramática convencional.

¿Por qué? Porque el texto no verbal que compone el espectáculo, es decir las acciones, movimientos, gestos, gags, actings, etc., se describe y transcribe con riguroso detalle, ya que siendo el libreto un mapa referencial del espectáculo y su puesta en escena, debe incluir toda la información que permita decodificar las intenciones escénicas de sus autores, lo cual, para una obra de clown se traduce en extensas didascalias que reemplazan la palabra hablada recogida en los diálogos.

Estos y otros detalles fueron los que descubrimos en conversación con Michy Zelaya y Gerson Quinde, del colectivo TOC, Teatro Obsesivo Compulsivo, que cuenta en su repertorio con la obra Cuco, cuya expectación fue el acicate para una entusiasta e ilustrativa tertulia.

Para efectos de contextualizar me atrevo a decir que Cuco es una obra que aborda un tema oscuro pero exquisitamente iluminado, para entenderlo basta contar su fábula argumental: El cuco, temido personaje dedicado a consternar nuestras infancias a fuerza de amenazar con raptarnos si nos resistíamos a tomar la sopa, dormir temprano, comer verduras, cumplir tareas escolares, entre muchas penitencias infantiles, cuando no está asustando niños se dedica a otorgar visado para toda alma que, habiendo llegado al más allá, deba ser destinada al cielo o al infierno. O sea que es una suerte de agente de aduana post-mortem.

El caso es que aun en tan graciosa trama también convergen colateralmente asuntos más sumergidos como la muerte, la culpa, la desesperanza, los genocidios y, sorprendentemente, todos conducen al divertimento del espectador.

Esto sucede porque el payaso no busca la risa del público sino ser profundamente honesto, incluso soportando lo doliente que pueda llegar a ser dicha honestidad, pues es ahí, en ese universo vulnerable, a donde va a llevar a los espectadores y en el que se va a exponer bordeando un ridículo que lo redime y lo dignifica.

Es bastante conocido que la nariz del payaso es la mínima expresión de una máscara. Se discierne que el intérprete se parapeta detrás de ella para potenciar el uso de otros recursos, como el cuerpo, los sonidos, las onomatopeyas, la mueca, la proxemia, con los cuales procura unas líneas de comunicación con su partner y con el público, afianzadas sobre todo en lo sensorial y perceptivo.

Es que pareciera que el payaso esgrime una licencia para ejercer una bivalencia que lo lleva a ser dos y ser uno solo, siempre está haciendo y viéndose hacer, y desde cualquiera de estos dos lugares establece contacto con cuanto compañero habite la escena, y con cuanta persona haya concurrido para emocionarse, siendo la más evidente y sonora manifestación de lo emotivo: la carcajada.

El clown, en tanto que suceso escénico, es magia, por ende es un engaño aprobado por convenio entre el espectador y el artista. Es un truco cuya principal destreza es el buen manejo de los elementos técnicos, y en esto los integrantes de TOC son muy rigurosos.

La triangulación, el punch line, la regla de tres, los cuatro momentos narrativos del clown, la mirada al público, el timing, el foco de atención, la disociación, todos son fundamentos que se aplican con la mayor de las fidelidades.

Así mismo, con tanta apropiación de la técnica que se muestran con sutileza inusitada, como una caricia, apostilla Michy y aprovecha para mencionar la corriente del “teatro de la caricia”, de la que se declaran adeptos, cuyo conceptualizador es el payaso suizo Danielle Finzi Pasca, quien la explica así: “Cuando la compañía sube al escenario, busca enamorar al público, lo corteja, lo seduce, le muestra la verdad, pero no la verdad como una abstracción, sino la verdad como solo es posible de existir en el teatro”.

Por el esmero y prolijidad con que se muestra, Cuco ha sido disfrutada por un gran número de artistas escénicos que coinciden en celebrarla; recogemos el comentario de Denise Vinker, actriz: “Es una obra muy interesante, llena de recursos para llamar la atención, de la que nunca te aburrís y salís transformado. La calidad de las actuaciones te meten en su mundo, y te encontrás riéndote de temas que usualmente no te reirías”.

Debo confesar que alguna vez fui afectado por una incipiente coulrofobia, o miedo a los payasos, aunque más que temor era fastidio debido, supongo, a esa manera facilona de buscar la risa explosiva aun a costa de embromar, ofender y poner en ridículo a su cómplice más aliado: el espectador.

Ahora, al descubrir tanta disciplina, creatividad y amor en el oficio de payaso, comienzo a sentir una naciente coulrofilia, que me motiva a crear un gag:
-Parafraseando el refrán “Un clavo saca otro clavo”, el autor mira al público, se mira a sí mismo y, volviendo a mirar al público, dice: ¡Un clown saca otro clown! (risas). (I)

Por Hugo Avilés, Dramaturgo e investigador teatral

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