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Bob Saget, ese padre amoroso de tv, ese comediante como pocos

Bob Saget y sus dos facetas
Bob Saget y sus dos facetas
El Telégrafo
10 de enero de 2022 - 10:01 - Eduardo Varas

Había algo en su rostro, en esa manera amable con la que miraba a sus hijas televisivas cuando, de pequeñas, hacían o les pasaba en algo que lo ponía en modo “papá” y las auxiliaba. Les decía cosas con un tono apacible —al menos el doblaje en español era perfecto, casi— y las miraba con cariño. Al final ellas comprendían la lección y se abrazaban.

 

La moraleja había llegado y, de inmediato, los créditos finales de “Un hogar casi perfecto” —sí, de esa manera conocimos a “Full House”—.

 

Bob Saget era Danny Tanner, el papá de DJ, Stephanie y Michelle Tanner, el cuñado de Jessie Katsopolis y el mejor amigo de Joey Gladstone. Y esa fue la base para una comedia exitosa, que entre 1987 y 1995 convirtió a todo su elenco en figuras familiares para quienes la vieron y crecieron con ella. Sí, la muerte de Bob Saget se lleva a alguien cercano.

 

Eso es suficiente.

 

El lugar común dice que “no hay muerto malo” y bueno, a veces hay que caer en ese lugar común. Otras veces hay que salir de ahí.

 

No es que Bob Saget fuera un mal tipo —al menos no hay registro de algo que, hasta el momento, pueda acabar con su imagen—. Pero sí hay que decir que fue un actor y comediante que consiguió compaginar dos rostros en uno: el del alguien dulce en pantalla y el que sin llegar a la comedia del shock era capaz de lanzar bromas y chistes que habrían sonrojado a Danny Tanner.

Dos en uno. A veces, ese otro yo de Bob Saget se pasaba de la raya. Entonces sí, quizás sí haya un registro que pueda resultar ofensivo.

Doctor Danny y Mr. Bob

 

El tipo que fue despedido de su trabajo como parte del equipo de The Morning Show y que enseguida lo llamaron para hacer el rol de un padre soltero de tres niñas pequeñas —porque el actor al que habían seleccionado antes no convencía a los productores— era también un tipo que agarraba un micrófono y se subía a escenarios a hacer reír.

 

En onda Richard Pryor y Rodney Dangerfield. Es decir, jugando con el buen gusto y las malas palabras.

 

A veces ambos universos colisionaban y con el tiempo él aprendió a manejar los personajes. Porque quienes lo veían como el verídico “American Dad”, también lo podían ver como un tipo burdo, a veces. Pero gracioso, siempre.

 

Alguna vez, en televisión, durante una rutina de humor, repitió la frase que su padre le legó como mayor enseñanza: “Si al final de tu vida puedes contar a todos los amigos que has tenido, a tus verdaderos amigos, con una sola mano, sabrás que has pasado mucho tiempo encerrado en tu habitación”. Sí, chiste sobre masturbación. La gente reía.

Un poco antes de contarlo, estaba desarrollando otro chiste, pero en medio camino dijo se dio cuenta de que no podía decirlo por tv y como una ametralladora, empezó a disparar otra historia en otra dirección.

 

Llegar a ese punto de control tomó su tiempo y él mismo lo reconoció, como consta en su autobiografía de 2014, “Dirty Daddy” —Papito sucio—, donde contó de aquella vez que, durante un ensayo de la serie, empezó a tocar lasciva y exageradamente a una muñeca que estaba en el lugar que ocuparía una de las gemelas Olsen en cámara. Mucha gente se carcajeó en ese momento.

 

Él también, con el tiempo se daría cuenta de lo que hizo. Muchas veces, en entrevistas, definió a este tipo de acciones como “actos inapropiados”, pese a que siempre estuvieron en el terreno del humor. Pero la gente cambia, el mundo se transforma y él supo cómo discernir dónde y cuándo hacer bromas pesadas y, sobre todo, cuáles dejar de lado.

 

El tipo querido

 

Bob Saget hacía reír a todos. Era su intención, su forma de relacionarse. Fue padre de tres niñas que crecieron junto a él en televisión, durante ocho años. Hasta el momento de escritura de este texto, casi todo el elenco de “Full House” ha escrito palabras de amor y cariño hacia él.  Hasta Mary-Kate y Ashley Olsen lo han hecho.

 

El recuerdo es el del hombre cariñoso, que abrazaba como si fuera un gigante —era alto, ¿no? Al menos en televisión se lo veía alto—, que nunca dejó decirle a su gente próxima que la amaba. La imagen que queda es la del hombre que estaba en plena gira, haciendo una de las cosas que más le gustaba: hacer reír a los demás.

 

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