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Javier Sinay: “El amor puede ser distinto en cada país”

Javier Sinay en la estación de Kazan, Rusia, mientras hacía las reporterías para su libro. Hace dos años recorrió casi 15 mil kilómetros entre Madrid y Tokio.
Javier Sinay en la estación de Kazan, Rusia, mientras hacía las reporterías para su libro. Hace dos años recorrió casi 15 mil kilómetros entre Madrid y Tokio.
Fotos: Cortesía del autor
10 de junio de 2019 - 00:00 - Luis Fonseca Leon

El crimen de dos turistas argentinas en Montañita fue la última razón que trajo a Javier Sinay (Buenos Aires, 1980) al país. Hace tres años viajó de Guayaquil a esa playa, en la que investigó el doble asesinato y cerca de la que un día se topó con una rifa que estaban haciendo los vecinos de uno de los entonces presuntos culpables. Lo querían ayudar y el reportero habló con su familia, su madre indígena. Todo para hacer lo que llama un retrato humano.

Lo recuerda en la Feria del Libro de la PUCE, a la que estuvo invitado la semana pasada. “Mi objetivo era contar lo compleja que puede ser una persona, pero no tengo que hacer el trabajo de juzgarlo”, suelta con el libro Camino al Este (Tusquets, 2019) entre manos. Cuando, luego de una semana de reportería, regresó a una redacción en su país en 2016, le preguntaron si el par de tipos que la Policía Nacional había atrapado eran culpables. “La verdad que no sé”, les contestó, sincero.

“Hay un periodismo que hace denuncia, es investigación pura; y hay otro que plantea preguntas y genera dudas para mostrar lo complejo del mundo, ese el que me gusta practicar a mí”.

Y el mundo lo recorrió en 2017 -entre Argentina y Japón, a través del Atlántico, Europa y Asia- para reencontrarse con su novia de origen japonés, Higashi, quien hoy es su esposa. Ella había ido a Kioto para estudiar la ceremonia del té (chadō), y a él le tomó 5 meses alcanzarla. Primero se reencontraron durante quince días y, luego, durante un mes porque así se lo permitían sus vacaciones.

En el trayecto, Sinay haría paradas para contar historias en las ciudades que pudiera y vendérselas a algún medio. Trazó un itinerario, dibujó un mapa y empezó a buscar historias para reunirlas en un libro. Al principio, confiesa, las historias eran disímiles, pero se acercaban al amor y desamor. Su camino iría por ahí. “Soledad, compañía, sexualidad”, eran las cosas que también le interesaron.

Fueron 15 las ciudades que visitó, 14.953 los kilómetros recorridos con dos intervalos a bordo del tren transiberiano. Así se dividen los capítulos, cada uno de los cuales incluye una crónica íntima sobre personajes anónimos.

“Es un reportaje transnacional sobre el amor”, cuenta en entrevista con este diario.  ¿El amor se vive de forma universal, pese a las diferencias étnicas?, le pregunto y Sinay reflexiona: “toda la gente con la que hablé cree que siente el amor del mismo modo, que es uno solo. Pero cada pueblo tiene una forma de amor que se distingue”.

Fotografía del periodista en que aparece el antiguo cementerio judío de Grodno. De esa ciudad bielorrusa migró su tatarabuelo a Argentina en 1894.

En Seúl, Javier decidió escribir sobre cómo se vive el amor en Corea del Sur y Corea del Norte. Lo hizo entrevistando a un exiliado (Ken Eom es su nombre ficticio) que escapó del segundo país, uno tan vigilado que allí las parejas no caminan juntas por la calle ni se besan en público.

En la capital de Corea del Sur, en cambio, el amor parece una mercancía más, se expresa a través de productos de todo tipo. Incluso hay una red social llamada Between en la que se puede tener un solo contacto: la pareja. Agregar a alguien ahí es como una declaración virtual, lo cual habla de la cultura, la idiosincracia. Muy distinta a la del país del otro lado.

Otro de los detonantes de su desmesurado viaje fue que perdió el trabajo, dejó de ser corresponsal de un periódico mexicano. “Quería hacer cosas nuevas”, suelta sin pretensiones. En Barcelona encontró a una pareja (Jowy y Eze) que hace shows eróticos: tiene sexo en vivo.

Pero también hay espacio para lo siniestro. En Alemania investigó la historia de Gerwald Claus-Brunner, un diputado municipal berlinés que se había obsesionado con su secretario, a quien mató para suicidarse después.

En Rusia siguió los pasos de un hombre al que los medios llamaron “El Maniaco de Angarsk”, aunque su nombre real era Mijaíl Popkov. De profesión policía, el tipo había violado y matado (no siempre en ese orden) a 82 mujeres, lo que lo convirtió en el mayor asesino serial de la modernidad rusa.

Cuando lo detuvieron contó que todo empezó porque encontró un preservativo usado en su garaje. Fue la señal de que lo engañaban.

Como secuela de este libro, Sinay acaba de publicar en Red/acción un trabajo sobre amoríos entre venezolanos y argentinos en Buenos Aires. Con sus diferencias, formas de enamorarse distintas pese a ser de una misma región de Latinoamérica. (I)

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