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Experimentó distintas facetas del arte. fue poeta, fotógrafo y pintor

Abbas Kiarostami, el iraní que iluminó el cine con humanidad

Abbas Kiarostami, el iraní que iluminó el cine con humanidad
06 de julio de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

“En un tiempo de imágenes que se precipitan a velocidad incalculable, un tiempo de frenesí vaciado de sentidos, un tiempo fatuo, que no mira ni escucha y que, por ello, no admite dudas ni preguntas, Abbas Kiarostami (Irán 1940-Francia 2016) llegó a poner su mirada detenida, su oído atento, su tiempo de personajes que se pierden y se quedan pensando, sus paisajes tristes, donde los caminos siempre se abren”, dice la ecuatoriana Tania Hermida sobre el cineasta iraní, un influenciador de toda una generación de realizadores del siglo XX.

Kiarostami vivió los dos regímenes iraníes. Su cine se desarrolló en la frontera de los cambios. En 1970, cuando aún ni se imaginaba que podría ser cineasta, dirigió y produjo su primer cortometraje neorrealista, El pan y la calle. La trama parte del recorrido de un niño en su regreso a casa luego de comprar el pan. En el camino se encuentra a un perro que le ladra e irrumpe en su paso. Sin que los transeúntes le ayuden, le lanza un pedazo de pan para seguir su ruta. Desde entonces, Kiarostami le da poder a su mirada sobre la realidad con personajes silenciosos que encuentran la trama en su andar.

Tras la revolución iraní, a pesar de los cambios sobre las formas de comunicar, Kiarostami decidió quedarse en su país cuando parte de sus contemporáneos migraron. Irán era su lugar de producción, su asentamiento en tierra. “Hacer una película es difícil por todas partes. Hay que encontrar el tema, el guion, el productor y el dinero. En Irán hay menos problemas que en otros lugares en cuanto al tema y la financiación”, explicó, en 1995, al diario Libération.

Para Kiarostami, los límites del régimen para hacer cine solo tenían un algoritmo posible: “Los cineastas iraníes siempre encuentran una solución. Si fuera tan difícil hacer una película, el cine iraní no habría producido cien películas el año pasado y sesenta más el anterior”.

Aunque varios de sus filmes no se exhibieron en su país, aun cuando él sentía tan firmes sus raíces en él, cada vez que le preguntaban por qué no se exiliaba en Europa, respondía con una metáfora: “un hombre en el exilio era igual que un árbol trasplantado: logrará sobrevivir en su nuevo hábitat, pero no dará frutos de la misma calidad”.

“Desde su Irán natal (que se resistía a abandonar porque pensaba que un árbol, para dar frutos de calidad, debía permanecer en su propia tierra) Kiarostami iluminó nuestros caminos. Imposible no evocarlo cada vez que plantamos la cámara frente a un paisaje, con personajes que se pierden, se quedan pensando y se preguntan… ‘dónde está la casa de mi amigo’”, apunta Hermida.

Su último filme, Como alguien enamorado, no pudo grabarlo en Irán, por un impedimento del régimen. Sin embargo, esa historia cómica sobre un triángulo amoroso recibió la Palma de Oro en 2012, en el Festival de Cannes. Este lunes, tras su fallecimiento a causa de cáncer gastrointestinal, Mohsen Makhmalbaf, uno de sus contemporáneos, reconoció en el trabajo de Kiarostami una forma de cambio para el cine: “Él refrescó y humanizó el cine, en contraste con las versiones ásperas de Hollywood. Fue un hombre de vida. Disfrutó vivir y hacer cada filme como una alabanza a la vida”.

Durante los últimos años, el cineasta, en reemplazo de las posibilidades para hacer cine en su país, estuvo muy próximo a sus seguidores, a través de talleres. Allí se cruzó con ecuatorianos que plantean nuevas miradas a la cinematografía local, como Daniel Yépez Brito o Libertad Gills. Allí, dice Brito, conoció de cerca el compromiso del iraní con el cine y con sus alumnos.

“Kiarostami decía que hacía estos talleres para recordar cómo eran sus inicios en el cine, su propia experiencia. Quería reconectarse con nuevas generaciones. Él siempre ligó el cine con la vida, por eso hay humanidad en todo lo que hace”, dice Brito, que ahora se encuentra en la producción de un documental para la serie DocTV.

“Partía de historias supersimples, de hechos que no parecían trascendentales. Eso era lo que lo diferenciaba, la sencillez, sin pretensiones, la forma en que jugaba con el entorno, sus actores naturales, la búsqueda de la verdad de los lugares y de los actores. Con su honestidad y sencillez podía transmitir emociones más profundas”, apunta Brito.

Mientras que para el crítico cultural Jordi Costa la mirada cinematográfica “de Kiarostami ocupa un territorio único, una tierra de nadie equidistante entre la extrema simplicidad, con una marcada vocación de transparencia y legibilidad, y una contradictoria pulsión de complejidad, de construir un trampantojo para perderse en él y no sentir la necesidad de la salida”. (F)

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