Grandes árboles que forman un marco verde reciben a quienes se dan cita para recorrer el parque lineal de la ciudadela Kennedy Norte, en Guayaquil. Mientras el sol barre los rezagos de la penumbra nocturna, los madrugadores inician su caminata, solos o en grupo, a lo largo del kilómetro que comprende esta área verde.

El canto de las aves acaricia los oídos, aturdidos por el ruido y el rugir de los motores que caracterizan al mundo actual. En el trayecto se observan los rostros de siempre: la pareja de enamorados que acude a caminar tomada de la mano, los padres que llevan a sus hijos pequeños, las personas que van a ejercitarse con su mascota, el deportista con audífonos que va de una punta a otra metido en su mundo.

En varios espacios pueden divisarse los gatos de la colonia felina que vive en este parque. Hay algunos ariscos y otros que se dejan acariciar cuando alguien los busca. A diferentes horas van activistas para ponerles agua y comida. La mayoría de los animales están operados gracias a la iniciativa de la fundación Refugio Mi Kasita. Los gatos esterilizados tienen un pequeño corte en una oreja, de esta forma se los reconoce.

También hay iguanas y diversos tipos de aves, como el pájaro carpintero, que vive acompañado de su “toc-toc” característico cuando picotea un árbol.

Y aparecen las garzas, que con su blanco plumaje resaltan entre los intrincados manglares que crecen al pie del estero, un brazo de mar que, según cuentan los abuelos, algún día fue cristalino y servía de balneario en el que se bañaban los guayaquileños. Sin embargo, aquel paradisíaco paisaje  ahora es una leyenda urbana. El estero se ha convertido en un caudal maloliente y contaminado gracias a la mano del hombre, y así se percibe a ratos.

Es este el único lunar de un parque que se ha vuelto un sitio de ejercicio, con las máquinas ubicadas junto a Canal 1; de camaradería, de juego con las mascotas, en el área canina ubicada en la mitad del trayecto. En este pulmón verde, la ciudad y la naturaleza conviven. (O)