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Si Guayaquil apesta es por culpa de los hombres
En la esquina de las calles 10 de Agosto y Pedro Moncayo los hedores son vomitables. El intenso sol del mediodía evapora las “agüitas amarillas” que corren por el sitio y el radio de afectación olfativa se expande. Para la noche ya es polvo que esparce la brisa que generan el “manso” Guayas y el estero salado.
En la zona, el Municipio de Guayaquil regenera aceras hace más de un año, cuando los trabajos parecen estar listos para ser inaugurados se abre otro hueco. En los alrededores hay un endeble puente de madera sobre la acera dañada. La mayoría de quienes lo utilizan son usuarios de la Metrovía Terminal - Bastión.
Todos caminan apurados para evitar los malos olores y ladrones, que abundan en el sector. Se trata de una cuadra conflictiva frecuentada por hacheros, arranchadores, prostitutas y uno que otro mendigo que celebra con trago un día más en el vicio.
La zona tiene vida comercial: panadería, tienda de abarrotes, boutique de ropa usada pero de la “yoni”; distribuidora de caramelos, tienda de ropa infantil y hasta un motel donde acuden las trabajadoras sexuales, pero que funcionaba sin permisos cuando una menor de 17 años acompañada de dos hombres cayó desnuda desde el tercer piso.
El lugar está rodeado por una iglesia católica, un PAI abandonado y un parque con fuente de agua que pocos se atreven a visitar por el estigma de la inseguridad, a pesar de que está custodiado por un guardia de seguridad privada.
La costumbre, particularmente, de los hombres de orinar en cualquier parte ha arruinado a este sector céntrico de Guayaquil. Esta forma de convivencia incluso la promueven las madres de familia que, sin pudor, hacen orinar a sus niños donde sea. Algunos creen que el sitio es válido para aliviar la inflamación de la vejiga.
Juan Macías vive en el Suburbio de Guayaquil y no se ofende si un niño micciona en un rincón de la calle o sobre la acera, pero “pega el grito al cielo” si un adulto desfoga sus urgencias, no solo porque se atenta contra el pudor, sino porque -a su criterio- eso sí apesta. (I)