Guayaquil fue por mucho tiempo la ciudad más poblada de Ecuador, también se la conoce como el puerto principal y es en donde fluye el comercio. Por ello quienes no conocen la urbe deberían creer que se trata de una metrópoli; pero la realidad difiere mucho de esa utopía.

Para los guayaquileños de nacimiento o los que hicieron de la urbe su lugar de residencia hay dos realidades marcadas. Una es la que sale en las postales de promoción turística y otra es la que se palpa en las calles de sitios populosos.

Un ejercicio tan simple como trotar, no es posible en la ciudad. Recorro casi a diario desde la avenida Carlos Julio Arosemena hasta el suburbio de la ciudad y el escenario es complejo, por decirlo de alguna forma.

Pasar por debajo del puente que viene de Bellavista a la transitada avenida ya es un reto. El tramo es usado como baño público de los hombres, que en más de una ocasión están en las esquinas miccionando al aire libre.

Las tres largas cuadras que comprenden la ciudadela Bellavista hasta el puente que desemboca a la calle 17 no guardan una complicación mayor, salvo cuando los fieles llegan a la iglesia del lugar, en sus carros y ocupan la acera. Los peatones debemos invadir la calle para transitar.

Pero la cosa se pone compleja desde que empieza el puente y por ende acelero el paso; en el angosto espacio destinado para los peatones se puede encontrar basura, animales muertos y excremento de algún vagabundo.

Más allá hay que sortear a quienes se drogan en las calles y otros que se creen con derecho de dar una palmada, según ellos como “motivación”, para continuar la marcha. Lo que sí motiva es que corra más rápido. El camino en lugar de mejorar empeora. Al llegar a la calle García Goyena hay varios vagabundos que viven en las esquinas, que permanecen llenas de basura. Mientras corra y no me detenga, supongo que estoy a salvo.

El recorrido me toma 36 minutos y es mejor que una hora en bus. (O)