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La passarella de Giorgio Armani en la ciudad de la moda

La passarella de Giorgio Armani en  la ciudad de la moda
05 de abril de 2019 - 00:00 - Carla Maldonado

Es muy difícil obtener una invitación para asistir a los desfiles de la alta moda en Milán y en el resto de Europa.  Asistí a uno de los desfiles de Giorgio Armani, el “stilista” icono de Italia, por las líneas simples y elegantes de sus diseños. Fue en la avenida de la moda, Montenapoleone, una de las más costosas de la capital económica de ese país. Hice como una hora de fila,  presenté la invitación y ¡voilá! entré. Miré a mi alrededor y vi a los organizadores vestidos de negro de cabeza a los pies, algo que no me sorprendió porque así es el dress code en ese ambiente. Busqué mi puesto y, obvio, no estaba en las primeras filas porque esas se reservan para los actores o personajes de la política y del fútbol. Era una  especie de galpón, tenía un tumbado altísimo, una passarella larga y angosta, y un escenario al fondo. El lugar era frío, como la mañana milanesa en pleno invierno. Empezó la música, las luces se apagaron, jugaron entre ellas y salieron las modelos “largas” y delgadísimas. Una salida, dos y tres; iban y venían con sus sonrisas. Al final, una de las maniquíes llevó el traje de novia y el propio Giorgio Armani salió para recibir los aplausos.  El desfile duró unos 20 o 25 minutos y fue como un flash. Después me acerqué a su jefa de prensa para Latinoamérica, a quien había solicitado una entrevista con él. Ambas fuimos hasta Armani, en el backstage del escenario, y allí hablé unos minutos con él. Me pareció pequeño de estatura, demasiado bronceado en las máquinas artificiales, y musculoso, a pesar de su edad. Él también estaba de negro entero, pero en su rostro resaltaban sus ojos azules y su cabello blanquísimo. Le pregunté sobre ¿cómo veía la moda en América Latina?, ¿si los colores brillantes de esta región del mundo servían de inspiración para sus creaciones?, ¿si su negocio funcionaba y le daba ganancias en Latinoamérica?, entre otras inquietudes. Y, al finalizar, le dije cómo debe considerarse a una mujer elegante: ¡Menos es siempre mejor que más!, me dijo en tono serio. (I)

 

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