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En la calle Chiriboga hay hisopos y personas en situación de riesgo
Sábado 18 de mayo, 07:30 de la mañana. La zona más comercial y congestionada del centro de Guayaquil despierta lentamente. En las calles que comprenden las cuadras de Sucre a Olmedo, entre Boyacá y Pedro Carbo, aún se puede caminar sin tropezar con la gente que durante todo el día se mueve en todas las direcciones: de frente, hacia atrás, a la izquierda, a la derecha, en diagonal o da vueltas sobre el mismo sitio y teje telarañas humanas, que atrapan extraños.
A esa hora, la mayoría de las personas en la calle son comerciantes o dependientes de comercios; caminan apuradas con tableros, burros y cajas de cartón al hombro. El ruido de las puertas metálicas corredizas parece sincronizado. Su estridencia enmudece la música de las pocas radios encendidas.
Cinco minutos para las 08:00. Todos los negocios están en pie; uno que otro dependiente aún cuelga prendas de vestir sobre paredes y columnas exteriores de los edificios, pero están operativos. Caminando de sur a norte por la calle Chile, antes de llegar a Colón, aparece una pequeña calle desconocida para la mayoría de guayaquileños que no lleva a ninguna parte (hoy es un parqueadero).
Se trata de la Chiriboga Terán. En la esquina con la calle Chile, un grupo de adultos mayores, con signos de haber consumido alcohol, también exhibe sus productos: pequeños paquetes de hisopos, funditas de galletas de coco y cortaúñas.
Más allá, con cara de pocos amigos, está Gloria (nombre protegido), una adulta mayor que trabaja cuidando carros. Se nota cansada, pero a esta hora de la mañana aún está sobria. Con su franela llama a los posibles clientes y les dice que aún hay espacio en ese parqueadero.
Ya son las 10:30 de la mañana, la esquina de Chiriboga y Chile está más animada. Los adultos mayores que venden hisopos comparten alcohol a pico de una pequeña botella. Más allá, Gloria ya tambalea, su rostro está más enrojecido que hace dos horas y media.
Un posible cliente del estacionamiento le consulta si trabaja el domingo y con dificultad para articular palabra afirma que trabaja todos los días, junto con su esposo, quien vende hisopos unos pasos más allá, frente a la Casona de la Universidad de Guayaquil. (I)