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El Telégrafo
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Eternos adolescentes, esos señores buseros que nunca aprenden

Eternos adolescentes, esos señores buseros que nunca aprenden
Foto: Néstor Espinosa | et
01 de noviembre de 2018 - 00:00 - Néstor Espinosa

En menos de cinco años la avenida José Rodríguez Bonín, oeste de Guayaquil, se transformó. Al sector se mudó, en diciembre de 2013, el consulado de EE.UU. y con él florecieron negocios bancarios, restaurantes, gimnasios, peluquerías. Ahí está el Laboratorio de Criminalística, los bloques de apartamentos de los policías y desde hace poco un gigante supermercado. Cruzar ese tramo de un kilómetro demora hasta 20 minutos, antes se lo hacía en menos de tres minutos.

Por aquí circulan los buses urbanos que bajan de las lomas del noroeste (Prosperina, Nueva Prosperina, Florida, El Fortín, Monte Sinaí), los que vienen desde Chongón y Puerto Hondo, de Pascuales e incluso de Puente Lucía, el punto más alejado en el norte. En horas pico la vía es un atolladero. En realidad, en todo momento el desorden lo domina todo.

Para aliviar el caos, al pie del nuevo supermercado, el municipio construyó un andén con una moderna parada para que los buses dejen y recojan pasajeros. Es viernes. 11:40. El día está nublado y menos caluroso que el anterior. Un vigilante de la Autoridad de Tránsito Municipal (ATM) camina apurado desde la acera hacia el centro de la calle.

Levanta la mano y se para frente a un bus de la línea 157-A. El señor busero decidió no entrar al andén y se fue de largo, pese a que la orden y señalética son claras. Como adolescente tomó sus propias decisiones y eludió las reglas. Está apurado, como todos los buseros, es evidente, pues mueve nerviosamente su pierna derecha y no para de gesticular.

El joven agente Moreira no sonríe. Le indica la falta, saca su dispositivo electrónico y le imprime la multa. El señor busero pone cara consternada, se arrepiente, pide disculpas, toma el recibo y se va. El vigilante explica entonces que le dio la multa mínima, porque mostró arrepentimiento.

Sin embargo, aclara que “cuando se portan malcriados” les aplica la sanción que corresponde: artículo 390, literal 11, del Código Orgánico Integral Penal. Moreira reconoce que el sector es conflictivo y esa es la razón por la que él está ahí. Hasta esa hora de la mañana, indica, ha llamado la atención y perdonado a ocho conductores de buses y ha multado a 10 porque las faltas eran más graves. “Es como lidiar con adolescentes, hay que enseñarles”, dice Moreira que finalmente deja escapar una sonrisa. (I)

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