Roberto, Gonzalo y Kevin rompen el silencio y la calma que junto con el calor se percibe en el parque del Complejo Deportivo Sur Ramón Unamuno, en Guayaquil. Los inquietos adolescentes apenas llegaron a la pista de skate con sus patinetas y dieron rienda suelta, entre risas y bromas, a practicar en la rampa. No faltaron las piruetas y de vez en cuando, alguna aparatosa caída.

Hasta ese momento, en el lugar se percibía una calma. Una calma que a pocos metros, bajo un árbol de mediano tamaño cobijaba a una “acaramelada” pareja que, en silencio y sentados sobre el gramado, se prodigaban mutuas manifestaciones de cariño.

Algo más al fondo, tres personas, de edad mediana, ejercitaban sus brazos y piernas en las máquinas, mientras que en la cancha de fulbito cuatro chicos corrían tras de una pelota, tratando de hacerle un “gol” al improvisado arquero, un niño que al menos aparentaba una edad menor a la de ellos.

Este pequeño colectivo humano disfrutaba esa tarde en las instalaciones del complejo, un espacio que desde que se inauguró en diciembre de 2016 cambió el entorno del lugar.

Uno de los guardias, (se resiste a dar su nombre) sin descuidar la consabida ronda por los alrededores, comenta que el lugar es el preferido no solo por las familias del barrio (el contorno de las calles Los Ríos, Cuenca, Tungurahua y Capitán Nájera, en la zona centro-sur de la urbe), sino por personas que llegan desde otros sectores.

“Por las noches, desde las siete y los fines de semana esto se llena de gente”, comenta el celador. Agrega que hasta ahora no se han presentado problemas ni daños de consideración en las estructuras.

Él reside cerca del complejo; “a unas tres cuadras de aquí”, dice mientras señala hacia el oeste de la ciudad. Y sentencia con orgullo: “Antes, cuando estaba el estadio, el sitio era feo, pero este parque definitivamente cambió la imagen del barrio”.