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Crónicas a pie

Cruz, uno de los últimos poncheros que recorre Quito

Cruz, uno de los últimos poncheros que recorre Quito
31 de marzo de 2018 - 00:00 - Amanda Granda

 Su piel trigueña resalta entre el blanco del uniforme de ponchero que viste. Es Oswaldo Cruz, quien a sus 67 años camina despacio, en busca de clientes, por las calles del Centro Histórico de Quito. Sus recorridos diarios duran ocho horas. Esa rutina la cumple desde hace 42 años. Cruz, bajo de estatura, aprendió a preparar y a vender el ponche gracias a su hermano Carlos. A los 25 años dejó su trabajo en una piladora en Guayaquil y se trasladó a la capital ecuatoriana.

El hombre, padre de cinco hijos, siempre empuja un carrito de una rueda con un tanque blanco, en el que guarda “la golosina que se derrite en el paladar”.

Su carretilla actual es la cuarta que ha tenido. Desde el barrio La Comuna, frente al Teleférico, Cruz sale de su casa con el tanque en su mano a las 07:00. Toma un bus que le acerca al sector de La Marín. Ahí recoge el carrito de madera que le hizo un carpintero a $ 160.

Como todos los días viste con tal pulcritud su gorra de marinero adornada con una pequeña bandera del Ecuador. En un cajón, fijado en la parte baja de la carretilla, guarda vasos, fundas pequeñas, arrope de mora, dulces y grageas de colores. Además lleva una chompa y un poncho de agua por si llegara a llover. Los poncheros no tienen lugar fijo para trabajar. Su territorio comprende las plazas de Santo Domingo y del Teatro. En esa zona, los niños y adolescentes que salen de sus unidades educativas le buscan para comprar las funditas de $ 0,10. Pero también tiene en vaso. Siempre tiene dos torres de vasos plásticos: el verde, de 7 onzas, para los ponches de $ 0,50 y el transparente, de 5 onzas, para los ponches de $ 0,25.

Por una llave de agua sale una delicada espuma con sabor a mora, coco o piña. Pasado el mediodía, el sol y el caminar le agotan. Aprovecha para almorzar en un pequeño restaurante de la calle Manabí, se quita la gorra marinera y se seca el sudor de la frente. Respira y vuelve a empujar su carrito de una rueda en busca de más clientes. (I)  

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