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Desconsuelo invadió buenos aires
El tango más triste para los argentinos
“Llamen a una bruja”. Alberto Torres está sentado en el sofá de su casa en Villa Libertad, periferia oeste de Buenos Aires, la capital de Argentina. Alexis Sánchez acaba de marcar el penalti para el 4 a 1 definitivo que coronó a Chile campeón de la Copa América tras un pobre 0- 0 en los 90 minutos reglamentarios y en el alargue. Alberto se saca de encima a su perro, que olfatea algo raro y busca consolarlo sin éxito.
Alberto, ‘El Gordo’ para sus amigos, no entiende cómo su selección argentina se ha quedado otra vez sin nada, a las puertas de un título que se le escapa desde 1993. La Copa América ya es historia: Argentina, con Lionel Messi (foto) deambulando en cancha, acaba de perder con Chile la final en el estadio Nacional de Santiago y Alberto no cree en brujas, pero que las hay… las hay.
“En serio –repite-, llámenla. Esto no es normal”. La selección argentina no solo perdió su segunda final en un año tras la derrota ante Alemania en Brasil 2014. El revés deja con las manos vacías a una generación dorada comandada por el astro del FC Barcelona que no puede quitarse de encima –de una vez por todas- el estigma que lo persigue desde su debut con la camiseta albiceleste: ser un rey sin corona en su propia tierra.
Rusia 2018, cuando Messi tendrá 31 años y Javier Mascherano 34, queda muy lejos, demasiado lejos. Argentina desperdició otra chance de romper con una sequía que ya lleva seis finales perdidas en los últimos 20 años. La lista se engrosa; Copa Rey Fahd (ex Confederaciones) 1995, Copa América 2004, Copa Confederaciones 2005, Copa América 2007, Mundial 2014 y Copa América 2015.
Veinte años, seis finales perdidas. ¿Veinte años no es nada? – se preguntan los fanáticos parafraseando el tango de Carlos Gardel. “Mejor -dice Alberto- llamen a una bruja”.
El silencio se apoderó no solo de la casa de Alberto tras el pitazo final. El frío austral hizo más triste la noche de invierno en la ciudad de Buenos Aires, donde ya a las seis de la tarde oscurece.
Las banderas celestes y blancas quedaron bien guardadas, las cornetas no sonaron y las bocinas se llamaron a silencio. El Obelisco, el punto tradicional de encuentro de los festejos populares, quedó vacío. Ahí estaban desde temprano decenas de fanáticos que tenían el sueño de gritar campeones y tuvieron que volver desconsolados a sus casas.
Pero más allá de la derrota y de regresar de Chile con la “frente marchita”, los argentinos sienten orgullo por sus jugadores. No olvidan tanto talento. Hacen una mueca y agradecen casi en silencio. Pero no pueden entender cómo Lio Messi aún no se pudo colgar de su pecho una medalla de oro (la del Mundial Sub-20 del 2005 y la de las Olimpiadas de Atenas 2008 no cuenta para ellos) y alzar una Copa. Y muchos ya empiezan a temer que sea recordado en su país como el rey sin corona. (I)