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¿Quién nos ayuda a morir?

¿Quién nos ayuda a morir?
18 de octubre de 2015 - 00:00 - Andrea Rodríguez Burbano

Lo conocen como el ‘libro tibetano de los muertos’, pero más que un libro es una guía indispensable para dejar esta vida y caminar tranquilos hacia la muerte. Para la cultura tibetana es un libro sagrado, el Bardo Thodol está concebido para los moribundos y, según el budismo tántrico del Tíbet, permite alcanzar la iluminación en el período inmediato posterior a la muerte y por unos días más.

Hay quienes aseguran que todos deberían leerlo antes de morir, porque resulta fundamental para saber cómo hacerlo y “de qué manera acabar con la rueda del sufrimiento”. Según el Bardo Thodol, hay varias etapas o fases para entender la muerte, desde que esta se aproxima hasta que el ser humano empieza a transitar, sin más remedio, hacia ella. En el Tíbet, existen lamas (sacerdotes budistas), que se han dedicado a ayudar a quienes se encuentran cerca de la muerte o ya inmersos en esta transición.

Los lamas tienen esa misión y su rol es crucial, porque son una suerte de facilitadores. De acuerdo con la medicina oriental, la muerte es parte de la vida y por ello para iniciar el viaje hacia una “realidad diferente”, hay que hacerlo lo más tranquilo y natural posible. Esta transición de la vida a la muerte es tan crucial, según la visión oriental, que existen los acompañantes holísticos de enfermos terminales, personas que se entrenaron según los conocimientos de la medicina oriental para acompañar y guiar a estos enfermos y también a su entorno más próximo.

La única manera de conocer cuál es la percepción del enfermo y la causa de su sufrimiento es a través de una comunicación abierta y directa.

Sandra Pérez presenció la muerte de muchos pacientes, porque ejerció la enfermería durante muchos años, ahora está jubilada. Sandra considera que en nuestro país, con frecuencia, se muere mal, porque no todas las personas reciben el acompañamiento necesario antes de fallecer.

“Vi a muchas personas morir solas”. Varias veces escuchó a los médicos sugerir a los familiares, cuando los tenían, que era mejor que el enfermo se fuera a su casa para que pudiera “morir con los suyos”.

“Esta oportunidad no la tienen muchos; la mayoría muere en los hospitales sometidos a tratamientos que lo único que consiguen es “prolongar la agonía y vaciar las cuentas de sus familiares”.

En muchos países, sobre todo, en los más desarrollados, es más moderno que la muerte de una persona tenga lugar en un centro hospitalario que en el hogar, pero esto no es lo más humano.

Después de asistir a numerosos enfermos durante su vida profesional, Sandra asegura que la mayoría de pacientes prefieren morir en casa, porque de alguna manera se asume la muerte de una manera menos traumática. Según señala, lo cotidiano, todo lo que nos rodea, incluso los objetos materiales que tenemos en casa, se convierten en elementos de protección. “El hospital todavía es percibido como un medio hostil”.

El mayor dilema es que ante la dificultad de atender a los enfermos en casa, por la falta de personas entrenadas para auxiliarlo en caso de una emergencia, se prefiere que estos permanezcan hospitalizados. Se crea una dicotomía entre una buena atención afectiva y una buena atención médica.

El problema, puntualiza Sandra, es que al enfocarse solo en una atención médica de calidad, se descuida la parte emocional de los pacientes. En ese caso, uno de los objetivos de los denominados cuidados paliativos es conseguir que las personas que están próximas a morir tengan la posibilidad de resolver sus problemas emocionales, exteriorizar sus temores y ayudarlos a aceptar la muerte como un proceso natural.

Después de asistir a numerosos enfermos durante su vida profesional, Sandra asegura que la mayoría de pacientes prefieren morir en casa, porque de alguna manera se asume la muerte de una manera menos traumática. Según señala, lo cotidiano, todo lo que nos rodea, incluso los objetos materiales que tenemos en casa, se convierten en elementos de protección.

Visiones de la muerte

En función de la cultura la muerte adquiere diferentes significados.

Según la obra El Espejo de la Muerte, en el caso de la religión cristiana, morir presenta una “doble faz ya que es a la vez el mayor tormento o dolor o el mayor descanso de la vida según se trate de la del pecador o la del justo”.

Al parecer este último aspecto es el que dota a la existencia del cristiano de un sentido trágico y dramático, “pues serán sus acciones durante su vida las que puedan modificar el semblante de ese instante fatídico que es la muerte”.

El sacerdote italiano Alberto Redaelli, quien dirige el Centro Hospice San Camilo, en Ecuador, dice que aunque muchos católicos que están al borde de la muerte pueden sentir un sentimiento de culpa por los pecados cometidos, tienen la posibilidad de arrepentirse en los últimos instantes. El arrepentimiento —dice— es liberador, y al aferrarse a Cristo, la partida les da sosiego.

En el Centro Hospice San Camilo, que actualmente funciona en Quito, el personal está capacitado para brindar el acompañamiento necesario a los enfermos terminales y apoyo a sus familias. Redaelli explica que uno de los objetivos es proporcionar tratamientos activos e integrales para garantizar el mayor bienestar posible al paciente y a su familia.

La atención, en realidad, se concentra en que su calidad de vida sea la mejor en cada fase, más allá del tiempo de vida del que se disponga, y ayudarle a una muerte natural y digna.

De esta manera, se controlan los síntomas molestos, apoyando al paciente y a su familia, preparándolos para el proceso de la enfermedad, del cuidado del enfermo y de los cuidadores.

Pocos se preparan para morir

Durante el transcurso de la vida, los seres humanos adquieren muchos conocimientos para enfrentar los afanes del día a día, pero pocos para afrontar la muerte. “Es difícil prepararse para morir. Me parece que el ser humano vive hasta los 50 años y a partir de esta edad empieza a morir y entonces uno tiene que aprender, día a día, a desprenderse de lo terrenal. Día a día nos acercamos al final de la vida. Cuando uno es joven tiene todo por delante y no piensa en la muerte, pero cuando cumples 50 o 60 ya lo piensas más”, dice el médico Carlos Vallejo. Según el especialista, conforme transcurren los años, el organismo ya no responde de la misma manera que antes.

“Muchas personas suelen decir me siento vital, mi cerebro está perfecto, pero el problema es que el organismo no está vital, porque el corazón ya envejeció; los músculos no son los mismos y los huesos tampoco. Si te caes ya no te levantas a la misma velocidad que antes. Si alguien me dice que tiene 60 años y juega fútbol como a los 20 es una vil mentira”.

Para la oncóloga Tania Soria, el tema de los cuidados y del acompañamiento que deben recibir los pacientes antes de morir es fundamental. “Todos merecemos un bien vivir para morir bien y cualquier tratamiento oncológico (contra el cáncer) que el médico ya no pueda suministrarle al paciente, debe ir acompañado de un apoyo permanente al paciente. A mí me parece que este aspecto, al que conocemos como cuidados paliativos, se está implementado de una manera importante en nuestro país”.

Familiarizados con la idea de la propia muerte

En el siglo XIX, como relata el historiador Ramiro Andrade, proliferaban los hospices (lugares donde se brindaba confort a los pacientes y a su familia, sobre todo cuando los pacientes llegan a una fase avanzada en su enfermedad terminal). Estos espacios pueden ser comparados con los hospicios medievales del siglo XIX. El término hospice es una combinación de hospital y de hogar. Según Andrade, los avances de la ciencia médica y los nuevos hallazgos para tratar ciertas dolencias, generaron una nueva manera de asumir la enfermedad. Eso significa que los pacientes ya no estaban en “manos de Dios, sino de los médicos”, porque eran estos quienes debían curar. “Al médico se le enseñó a curar, por lo que los enfermos moribundos perdieron importancia médica, ya que no se podía hacer nada por ellos. Los médicos anteriores atendían a sus enfermos con el único propósito de aliviar los síntomas propios de la enfermedad y proporcionarles bienestar. La mayoría de las personas morían en casa. Los vivos estaban familiarizados con los muertos y con la idea de su propia muerte.

“La muerte era un hecho de vida cotidiano y como tal, era vivido con naturalidad”, revela un estudio publicado por la Universidad Autónoma de México, Unam. A principios de la década de los sesenta nació la Fundación St. Cristopher’s Hospice y se inauguró el primer hospicio, al sur de Londres. Este espacio dio lugar a lo que hoy se conoce como cuidados paliativos que proporciona apoyo emocional y médico continuado a los pacientes y sus familias, no con la finalidad de alargar la vida del paciente, sino su calidad de vida.

Así como los hospicios consideran el entorno que rodea al paciente en estado terminal como esencial, la oncóloga Tania Soria indica que el papel de la familia en el acompañamiento nunca debería se descartado.

“Hay que dar apoyo a la familia. El trabajo de muchos especialistas está dirigido, precisamente, a guiar a quienes han decidido acompañar a sus amigos o seres queridos en el proceso de la muerte”. En este tránsito, los médicos también deben facilitar medios, porque si surge una crisis, el especialista debe acompañar a la familia.

En los últimos instantes

La ayuda técnica y humana es fundamental para el paciente en estado terminal y la familia que decide que los últimos días de una persona sean en su casa, con los suyos, rodeado de cariño.

A los problemas propios del deterioro biológico de una persona, se suman, con frecuencia, situaciones emocionales que no son fáciles de manejar. El objeto es aliviar el sufrimiento humano.

La única manera de conocer cuál es la percepción del enfermo y la causa de su sufrimiento es a través de una comunicación abierta. De esto dependerá el éxito del acompañamiento.

Por lo general, los médicos (oncólogos, neurólogos y los profesionales dedicados a la medicina paliativa) no suelen estar preparados para mantener un diálogo con el paciente.

Vulnerables

“Para cuidar al final de la vida no es preciso ser médico”

Un artículo publicado en el diario El Clarín menciona que quienes están próximos a morir suelen sentirse más vulnerables. Cuando el enfermo presiente su muerte se debate entre momentos de esperanza por su curación y el dolor de sentir que pronto dejará de existir. En estos casos, los familiares y amigos no siempre saben cómo actuar ni qué decir. Según los especialistas en cuidados paliativos, en este momento es cuando los pacientes más necesitan que les dediquen su tiempo para conocer lo que les preocupa. Es preciso que sus familiares se encuentren a su lado, que les escuchen y que los visiten con frecuencia.

El sacerdote Alberto Redaelli afirma que para cuidar al final de la vida no es preciso ser un profesional. Considera que basta con tener con cariño y disposición sincera de acompañar a quien lo necesita. Es verdad que los especialistas pueden ofrecer soluciones médicas y de enfermería, pero lo fundamental es asumir el compromiso. Cuando una persona sufre una enfermedad progresiva, avanzada, que no es curable, merece todo tipo de atenciones.

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