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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

Víctor Guaillas y el ecologismo de los pobres

21 de noviembre de 2021 - 00:00

El académico barcelonés Joan Martínez Alier diferenció la corriente conservadurista de preservación de la naturaleza sin interferencia humana, de otra que trata de conciliar el desarrollo con los recursos naturales a través de la modernización ecológica y el desarrollo sostenible. Sin embargo, para el autor es una tercera corriente, la denominada ecologismo de los pobres la más prometedora en la defensa de la naturaleza, debido a que la preservación de la naturaleza es vital como fuente de sustento de las comunidades rurales y campesinas del mundo. 

A este último movimiento pertenecía, quizás sin saberlo, el campesino de la parroquia rural de Molleturo del cantón Cuenca, Víctor Guaillas. El era un defensor de la naturaleza porque vivía en medio de ella y sabía que cualquier daño a fuentes de agua, por ejemplo, podría ser fatal para su provisión futura. Por ello, Víctor Guaillas era un activista de la defensa del agua, en contra de la explotación minera en la provincia del Azuay. Como parte de esta lucha, él, junto a muchos campesinos e indígenas más, salieron a manifestarse en la carreteras de la provincia en octubre de 2019. Víctor, debido a su discapacidad auditiva fue un blanco fácil para que la policía se ensañara, lo apresara y lo acusara de sabotaje: la fuerza de un Estado represor e impulsor del extractivismo, en el que han coincidido al menos los últimos tres gobiernos, el de Correa, Moreno y el de Lasso. 

Los familiares de Víctor Guaillas dan cuenta de la tortura constante a que fue sometido en la cárcel para extorsionarlo, dinero a cambio de que dejen de golpearlo y acosarlo. Un campesino humilde pero digno cayó en las garras de las mafias dentro de la penitenciaría. Su familia hizo de todo para pagar las cuotas permanentes que exigían quienes realmente controlan las cárceles, que no es el Estado. El Estado se encarga de apresar, de enjuiciar y de engrosar el número de presos que son encarcelados para luego entregarlos al control de las mafias internas, con su complacencia.

Su hija, en un tono doliente dice “mi papito no merecía estar preso, vivir ese infierno ni haber estado revuelto con personas peligrosas. Era un hombre muy bueno, trabajador, honesto, dedicado a su familia y su única falta fue defender la naturaleza y participar en las protestas”. En efecto, fue su valentía de defender las fuentes de trabajo y de vida, su conciencia de que ese era el rol que le correspondía frente a las amenazas de las empresas mineras cada vez más amenazantes en la región, con proyectos extractivistas depredadores. 

Frente a esta atrocidad se require justicia pero también tomar conciencia de lo que implica la actividad extractivista, que como bien lo dijo Martínez Alier, generan conflictos ecológicos distributivos que implican la violación de derechos humanos de los pobladores de las regiones afectadas, a quienes se les invaden sus territorios y se les despoja de todos los recursos, las costumbres a las que se han habituado y se les priva de la libertad de expresión, y en esta caso, también de la vida. 

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