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El Telégrafo
Mariana Velasco

Vaticano y evangelio

30 de junio de 2021 - 00:44

El sexto mes de cada año está dedicado a conmemorar el orgullo LGBTQA+ en todo el mundo. Durante los treinta días, millones de gays, lesbianas, transexuales, bisexuales, queer, intersexuales y asexuales se congregaron en marchas para gritar al mundo que son ciudadanos como todos los demás y que la igualdad no es una opción para los gobiernos, sino un deber y derecho que no depende de la orientación sexual o identidad de género de cada individuo.

Tales afirmaciones conducen al Vaticano y a Jorge Bergoglio que ha intentado mostrar una imagen moderna, plural, aunque incipiente y frágil. Discursos hechos a la medida para todas las audiencias. (“Si una persona es gay y busca a Dios, y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”), se preguntó alguna vez públicamente el Papa Francisco y eso nos transporta hacia el pensamiento del filósofo francés Gilles Deleuze, al momento de criticar la supuesta importancia de la ideología, ponía el ejemplo de la Iglesia católica como institución que cambia con facilidad de ideología pero mantiene intacta su organización del deseo y del poder.

No hace mucho, el Vaticano publicó una “nota aclaratoria” para recordar a sus fieles —y al público en general— que “no es lícito impartir una bendición a relaciones o a parejas, incluso estables, que implican una praxis sexual fuera del matrimonio (es decir, fuera de la unión indisoluble de un hombre y una mujer abierta, por sí misma, a la transmisión de la vida), como es el caso de las uniones entre personas del mismo sexo”. Otra vez, la Iglesia se contradice, retrocede y carece de coherencia.

Cabe traer a la memoria del 9 de julio del 2010, cuando Bergolio era Cardenal en su natal Argentina y en los medios de comunicación se hizo pública una nota suya en la cual calificó al proyecto que contemplaba que las personas homosexuales pudieran contraer matrimonio y adoptar niños, como una “guerra de Dios”. Según su afirmación, las personas homosexuales, vivirían en “pecado” y las mujeres tampoco serían aceptadas peor pensar en protagonismo o poder en las liturgias sagradas ni en la estructura eclesial.

Mientras el mundo avanza en cuestionamiento frontal del dominio masculino y de la heteronormatividad, el Vaticano se aferra a principios que poco tienen que ver con la realidad y con las creencias de los fieles. El tono y el lenguaje que usa la Congregación para la Doctrina de la Fe aspira, sin duda, al rigor de la legalidad pero —como contraparte— hace más visible esta contradicción.

Esta estructura, centrada en la administración del miedo y del ansia de los creyentes, controlada por la autoridad sacramental del clero, ya no parece ser tan sólida e imbatible.

El ser humano, más allá de la religión se cuestiona: ¿Con qué derecho puede hoy la jerarquía de la Iglesia católica juzgar la vida de los cristianos? ¿Con qué autoridad moral puede el Vaticano bendecir o condenar las prácticas sexuales de los miembros de la iglesia? Se trata de la misma institución cuyos miembros son responsables —por acción o por omisión— de al menos cien mil casos conocidos de abuso sexual a niños en el mundo, según señala un informe

 2018 de Ending Clergy Abuse (ECA), organización global dedicada a enfrentar la pederastia de los sacerdotes católicos.

En este proceso de aplicación de justicia en los delitos sexuales cometidos por miembros del clero, durante mucho tiempo la jerarquía fue un obstáculo. Se tardó en atender, reconocer y hacer suyas las denuncias de los fieles. Fue apenas en 2019, que el papa Francisco prometió llevar ante la justicia a los sacerdotes implicados en casos de abusos a menores.

Si esta jerarquía fuera juzgada como cualquier organización civil en el mundo, probablemente habría sido intervenida, acusada y condenada como una corporación criminal, responsable o cómplice de múltiples abusos y violaciones a los derechos humanos. Claro, en medio está la fe que mueve a millones de gente inocente, la misma fe que mueve montañas, influencias y montañas de dinero.

En el mundo, el sentido de la representación está en crisis, mientras la realidad se mueve más rápido, la jerarquía de la iglesia sufre de letargo. En el ámbito de la religión, el rigor autoritario puede ser suicida. Su gran desafío hoy es no terminar como una iglesia sin fieles, sin dios y sin ley. Antes de aclarar si bendice o no las uniones de parejas homosexuales, el Vaticano debería volver a su evangelio

 

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