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El Telégrafo
Juan Francisco Román

Un traje demasiado grande

29 de marzo de 2022 - 00:00

He reflexionado sobre los últimos acontecimientos referente a la discusión sobre la ley de inversiones y la actuación de la Asamblea Nacional, también sobre la actitud del Presidente de la República y nuestra interacción como sociedad en el minúsculo mundo de las redes sociales, por ahí aproveché en caminar por las calles de Quito, un poco asustado esperando que no me asalten, maten o desaparezcan.

La reflexión se basada en darle la razón a una de las dos instituciones, y encontrarme contra la otra para saber que partido tomar. Una reflexión nefasta, poco válida, pequeña e insignificante. Esto me llevó a ya no hablar con estos personajes, cualquiera de los dos (ejecutivo y legislativo), no tiene sentido. La verdad, nunca lo ha tenido.

Si nos damos cuenta, siempre, en cualquier época, en cualquier situación, los poderes de administración del Estado se pelean por un apellido, los “ismos” después de cada apellido que se mantiene una aceptación popular en el momento: velasquismo como un ejemplo para no herir susceptibilidades.

Esta tragedia poco romana y más ecuatoriana, profunda desde el momento de nuestra heroica y cuestionada independencia, algo que ya nos hemos olvidado con el tiempo, que la han contado tantas veces, pero que poco o absolutamente nada nos ha quedado. Cholos, afro descendientes, criollos, mestizos, blancos, montuvios, serranos, costeños, indígenas, y puedo seguir, somos lo más cosmopolita de un recién descubierto continente. Inmaduros, jóvenes, endebles y sin criterio. No, no hablo de nosotros, hablo de quienes han manejado y estropeado el poder que la democracia nos obliga a darles, los políticos.

A veces he cometido el enorme error de culparnos por votar por los que se sientan en las curules legislativas, en Carondelet, o en los tres otros poderes constituidos por nosotros, vaya error. El sistema democrático ecuatoriano, podrido desde sus cimientos nos lleva, obliga y sesga a votar por ellos, básicamente nos pregunta cada cuatro años, ¿cómo te quieres morir esta vez?

Leí este último proyecto con mucha pertinencia en lo que podría traer al país en bueno y malo, y es verdad que tenía temas interesantes para reactivar a un país, también existían cosas escalofriantes que no debían estar ahí, perfectible como todo en la vida. Después escuché las intervenciones de quienes están obligados a debatirla, negarlas o aprobarla, y nada de lo concreto, solo dardos sin sentidos de quién hizo qué y cuando lo hizo, sea de paso que hasta caí en el saco roto de este debate sin sentido. La verdad es que la conversación era si eso atraía y generaba trabajo. Bendita palabra, trabajo, eso que ya no es derecho, ahora casi es un privilegio de pocos.

La idea céntrica de la creación y modificación de las leyes es generar una estructura legal que tenga un efecto en la sociedad (positivo por lo menos) para arreglar un problema al que se enfoca esta ley a mejorar. Esta enorme encomienda la tiene, principalmente, la Asamblea Nacional quién está representada por lo que se supone, somos todos nosotros; y, por otro lado, la persona que se sienta en Carondelet, también puede proponer reformas a la estructura legal del Estado para cambiar realidad y solucionar problemas. Pero vi con ferocidad como los que están llamados a proponer soluciones solo saltaban felices de que no había pasado una ley. Es decir, festejaban que habían bloqueado una ley, pero la pregunta es ¿solucionaron el problema? No, el desempleo sigue en pie y firme, engordándose todos los días. Asumo que alguien tiene una propuesta distinta para debatir. Por el momento no.

Queridos lectores, no quiero que estas pocas letras se entiendan como apoyar a alguien o a político alguno, lo único que espero es reflexión básica. Las ideas y teorías se discuten y debaten, por eso nos democratizamos, para evitar que uno solo ordene que hacer y como hacerlo. Pero ya son décadas que esperamos un debate consensuado con visión de país y no de partidos. Parecería que debatimos sobre a que apellido le pertenecemos, si a un Correa, a un Lasso, esos son los apellidos de la temporada.

Sinceramente creo que estamos solos y a la merced de quién obtenga el poder cuando pueda, al arranche y sin organización ni estrategia a largo plazo. Aún somos un país miserablemente rico, aún tenemos todo y trabajamos para unos pocos. Un desastre sistemático desde nuestra misma formación como Estado.

Me dirijo a ustedes, porque los que se suponen que deben tomar nota de lo que falta no lo hacen, seguramente esperan que caigamos en tal crisis para que al que le juraron lealtad venga a “salvarnos”, pero no, esos personajes jamás nos salvaron. Recordemos quién salvó a quién en el terremoto de Manabí, quién salvó en la crisis del 99, quién salvó en la casi desaparición del terremoto de Ibarra y tanta desgracia que nos ha pasado. Sí, exacto, nos salvó ese que repartió comida, llevó un bidón de agua, se levantó con una pala a recoger escombros entre lágrimas. Exacto, eso lo hizo usted, su mamá, su papá, su abuelo y abuela, eso lo hizo el ciudadano y usted merece un mejor futuro.

Estamos organizados como un país que cree en la democracia, pero la democracia solo ha parido discursos vacíos, corrupción y arranche del poder que les entregamos para llenar menos del 1% de las barrigas de los 17.5 millones de personas que habitamos este país. Por eso la obesidad se mantiene en pocos y el resto, flacos y pobres, pero al momento de ayudar, siempre estamos ahí, nosotros, los ciudadanos.

No queda más que jugárnosla, como siempre, con las reglas auto impuestas mientras que los 137 mocosos que elegimos para ayudarnos se siguen peleando con Carondelet y no arreglan nada, menos aún, la falta de empleo. Confiar en que podemos cambiarlo, por su puesto, confiar en que estos personajes nos van a ayudar, lo dudo.

El traje de la democracia está bordado en oro indígena, hilos de lágrimas, y de todos los colores que nosotros somos, con textura de paja toquilla y con tonalidades de pasillo y ofrendas del pescador.

Ese traje que le ha quedado grande a quién le quiere poner un nombre y apellido, al que se quiere volver Dios de una tierra que no le pertenece. Pero estoy seguro, como siempre, que alguna luz hemos de encontrar, algo de trabajo hemos de crear, nosotros no le pertenecemos a ningún apellido, nos llamamos Ecuador, entérense políticos.

Nunca les creímos a ninguno de los que ostentan el poder, básicamente, porque nunca han parado de decepcionarnos.

A levantarnos a trabajar como podamos, estamos solos en esto, pero eso sí, siempre unidos.

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