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El Telégrafo
Juan Francisco Román

Tengo una sugerencia

21 de junio de 2022 - 00:04

Hay finos hilos en el tejido social ecuatoriano y sus relaciones sociales, esos hilos tan finos y casi imperceptibles que separarlos es casi imposible y la generalización nos cobra caro a quienes -todos- emitimos una posición sobre lo que sucede en este país.

Los levantamientos del pueblo para reclamar nuestros legítimos derechos sobre las promesas vacías de la Constitución deben y tienen que ser escuchados por parte de quién administra el poder por medio del pacto social que se lo entrega por cuatro años en las urnas.

Como siempre, desde el inicio de este país lleno de oportunidades, se vuelve a paralizar por la falta de cumplimiento de cosas básicas que nadie debe rogar y todos debemos recibir. Estaría siendo un partidario de la injusticia si no me pronuncio que este país ha fallado, miserablemente, una y otra vez, en brindar oportunidades a todos, por igual. Es verdad, me uno al clamor, nos han fallado, el Estado nos ha fallado, permitiendo corrupción, desfalco de los bienes públicos, agendas ocultas que mantienen más pobre al pobre, y pocos ricos siguen siendo más ricos.

La lógica del sinvergüenza es que entre más necesita el pueblo, más necesita de quién se lo pueda entregar, siendo que mientras más poder económico tenga el pueblo, menos necesitarán del Estado. Es simple, denles poder económico a todos y nadie podrá ser controlado. La riqueza, en su misma creación depende de muchos factores que no se cumplen y son a largo plazo. Pero nadie lo plantea, y tampoco todos no quieren esperar, no somos gente de proceso.

Ahora, la ley hace tres cosas específicas: manda, prohíbe y permite. En el contexto de lo que sucede, y el escalamiento de la protesta, es legítimo, legal y constitucional, reunirse, reclamar y protestar en contra de cualquier gobierno, por cualquier cosa, y el Estado está obligado a proteger y resguardar a quienes lo hacen, pero aquí viene el hilo fino: que la forma debe ser pacífica y que su derecho de reclamo, por más airado que sea, no restrinja el derecho de otro y menos aún, afecte el derecho de otro. ¿Lógico no?, pues no, la diferencia tiene que ver con los ojos que lo ven y a veces, los ciclopes, esas bestias mitológicas, solo ven con un ojo porque nacieron viendo el mundo de una sola forma.

Pero la ley debería solucionar este problema, pues para eso está. Y si, la ley prohíbe que te quemen la casa, te cierren el negocio, te lancen un piedrazo en la cara, o te prohíban transitar libremente sin tener una consecuencia por hacerlo; también el Estado está limitado a ejercer su fuerza, pues nadie puede ser detenido, apresado, golpeado ni desaparecido, sin tener que responder por ello y estar autorizado para usar el monopolio del uso de la fuerza.

Finalmente, en estos hilos finos, el análisis sesudo de quién piensa, entiende, y cree en la democracia y la justicia, deberá apartar desde su propia consciencia lo lógico y lo inútil, para determinar que se hace bien y que se hace mal. Estos hilos finos, los desmarca la sabiduría legal que trata con precisión cuando un reclamo pasa de manera obvia, los límites legales.

Pero estamos en Ecuador, y la ley atropelladamente usada, deja a la imaginación que podría pasar y el imaginario ciudadano está alimentado por los mismos de siempre que, cuando estaban gobernando usaban la ley para atropellar y al verse atropellados usan el discurso cambiándolo para darse la razón.

Pasamos, nuevamente, por una oleada de reclamos sociales que justamente tienen cimientos en la certeza del engaño que el Estado nos ha pasado como mago encantando a quién solo ve la mano con la pelotita y no ve la mano que hace la trampa; pero, subidos en la camioneta de quién reclama airadamente los huecos de necesidad social no pavimentados, para encontrar en el caos una fórmula de escape de sus pecados, redención sin consecuencia, y violación de la ley intentando pintarlo de legitimo derecho a dañar, a romper, a quebrar, a suspender, a evitar, que efectivamente no existe.

La ley está para obedecerla, aplicarla y el poder está para ejercerlo según los límites que la ley y la Constitución mandan, prohíben y permiten. Es momento de dejar de ver a lo mandado como una mera sugerencia.

Esto es un simple reflejo del bajo temor que se tiene a la ley, cuando hemos visto por años, como le quitaron el poder sobre nosotros, los pelafustanes la usaron para cometer fechorías sin consecuencia; y ahora, ejercerla, ya no causa temor.

El poder en la Constitución, la obediencia ante la ley, y los hilos finos para quienes tienen una medida mínima de inteligencia.

Analice los hilos, tome consciencia de la realidad, que es urgente. Y no le digo a usted querido lector, se lo digo al Estado, que mucha falta le hace.

 

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