No hay nada nuevo bajo el sol, decía Salomón hace 3.000 años. Por eso no crean que la palabra sororidad es invento de hoy. No. “¿Fraternal? No: habría que inventar otra palabra que no hay en castellano.
Fraternal y fraternidad vienen de frater, hermano… convendría acaso hablar de sororidad y de sororal, de hermandad femenina”. Así hablaba Miguel de Unamuno, hace 100 años en La Tía Tula (su novela, no la librería quiteña). Los romances ibéricos, como el castellano y el portugués, no adoptaron la palabra “frater” del latín para designar al hermano, sino el término latino “germanus” (carnal). Por eso, mientras el italiano usa “fratello, sorella” nosotros decimos hermano, hermana y en Brasil se dice “irmão, irmã”.
Así que si hablamos de mujeres no estaría bien hablar de fraternidad (palabra culta innecesaria en español), es correcto decir hermandad que es la unión de hermanas, de hermanos, y de hermanas y hermanos.
Me sorprende que un filólogo como Unamuno no lo percibiera así. Para mí tanto fraternidad como sororidad son términos innecesarios en español. Basta decir hermandad, término inclusivo y propio.
A veces despreciamos nuestra propia lengua. En inglés “fraternity” y “brotherhood” se refieren solo a hombres y tendrían que decir “sisterhood” para las mujeres. Pero el español tiene hermandad. Lo mismo pasa cuando hablan de presidenta. Resulta que ese sustantivo viene del participio activo de presidir y se refiere a cualquier género. Estudiante, amante, dirimente, durmiente, sobresaliente, gerente, edificante, oyente, son de género común. Por eso es correcto decir La presidente. Nadie dice El “dentisto” ni La “conserja”.
Estoy de acuerdo en limpiar la lengua de términos machistas. Pero quienes limpian la lengua deben conocerla antes. Más importante es detener la ola de crímenes contra las mujeres en el mundo, que tratar de arreglar lo que no se conoce. Es como cuando un político ignorante quería quitar el nombre del Mariscal José de La Mar al aeropuerto de Cuenca. Falta de lectura. (O)
