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El Telégrafo
Xavier Guerrero Pérez

Reflexiones previas a la Navidad (III)

19 de diciembre de 2022 - 13:40

De las dos entregas anteriores, existen dos interrogantes, de algunas otras, que se presentan con mayor intensidad:

¿Si Dios no te ha ayudado, qué haces con él?

Y, ¿Qué es la Navidad?

En este cierre del tema, deseo enfocarme en dos ideas, con las que estimo nos promoverán a estar mayormente preparados y dispuestos al acontecimiento central y mundial de diciembre.

Me resulta difícil comprender cómo una buena parte de la sociedad nos ha atrapado (en lo que a mí respecta, en algún momento de mi vida) y nos ha arrastrado a una idea erróneamente concebida por ellas y ellos: “La Navidad es: una época del año; la época propicia para las compras, para los viajes, para los regalos; para cambiar enseres de casa (que ni necesitan ser reemplazados, ni peor aún están deteriorados o averiados); y etcétera”. Hoy usted con facilidad puede tanto ya haber asimilado esa lógica (mayormente materialista) o, en el mejor de los casos, detenerse a analizar que es el ‘deber ser’. Sin embargo, la realidad es otra, la cual está alejada de la ilusión, del sentimiento de ‘todo debe ser alegría’ por lo que debo recibir, de la ficción, inclusive: personas que la están pasando mal; personas que sufren. 

Mientras caminaba por las calles bastante convulsionadas del centro de Guayaquil, una mujer le decía a otra mujer: “Es que hay que darnos tiempo, porque salimos para comprar la ropa, y hay que ir a buscar los juguetes, y luego ir a la peluquería…”. Horas más tarde, en un puntual canal de televisión, dos presentadores de un programa matinal comentaban: “La fiesta del canal estuvo muy bonita, donde compartimos con los camarógrafos y el personal que no sale en pantalla, y hablamos de lo que vamos a hacer en las casas, en las reuniones que debemos asistir, en que el tiempo queda corto. Y de noche tuvimos la fiesta sólo con el departamento de noticias. En ambas hubo regalos y comida”. Estas dos escenas son muy comunes. Lo coincidente es que ambas excluyen el tener presente lo que sí es trascendente: el aniversario del nacimiento de Dios hecho hombre: Jesús. Es triste. Todo reducido a lo material, a la alegría que genera el recibir (ni se menciona las palabras: “desprenderse”; “dar”; “darse”; “compartir”; “dejar de asistir a alguna reunión o cena, para brindar parte de lo que tengo, y brindar mi tiempo a quienes están ahí, solas o solos”).

Hay hermanas y hermanos que hoy se pueden preguntar, ante la pérdida de empleo, ante aquellos seres queridos que se nos han adelantado en este peregrinar terrenal, ante una enfermedad seria o compleja, o ante el miedo de que, por alguna dolencia que se experimente, se obtenga como respuesta médica un diagnóstico no esperado: ¿Dónde está Dios?. Y el comentario prácticamente inmediato, a modo de respuesta: ¡Qué Navidad voy a tener! ¡Tengo miedo! ¡Tengo pavor! Debo decir que es, en parte comprensible, tener miedo. Es humano. No obstante, y a la luz del criterio de profesionales en psicología y en teología, concuerdan en que el miedo paraliza, detiene, coopera en la desesperanza, estanca, y hasta se convierte en un ancla que nos hunde.

Ahora bien, y partiendo de mi experiencia de vida, lo que voy a decir, debo confesarlo, me cuesta aún comprenderlo y asimilarlo; trabajo aún en poderlo

‘digerir’, dado que, como un sacerdote ‘con canas’ lo ha dicho: fácil es decirlo, difícil es aplicarlo: el camino a tomar ante el miedo a lo que pueda o no pueda venir, está en tener fe en el buen Dios. Las ganancias como las pérdidas son ‘parte de’ la vida. Desde el despido, las rupturas familiares, y hasta las sospechas o dolencias que eventualmente se concreten en enfermedades más o menos delicadas; estos retos pueden presentarse en algún momento de nuestra existencia en la tierra. ¡Así es la vida! Existen quienes nunca en su vida experimentaron peripecias de salud pero sí de otra índole; habrán quienes vivieron ‘de todo’. Somos susceptibles a sufrir, y no estamos exentos de ello, hablando desde lo humano. Pero, lo dicho se torna vencible cuando la mano del buen Dios interviene: él permite ciertas cosas; él impide otras. Nadie conoce cómo piensa y actúa Dios. Y precisamente por esa consideración, nuestra posición convendría que sea el depositar nuestra plena confianza en Él. Justamente por estar imposibilitadas(os) de entender lo que nos ocurre, lo cierto se vuelve luz: “No entiendo esto, pero me fio de Dios”. Aunque algunas dificultades las superemos, o en el mejor de los casos de todas salgamos invitas(os), lo que el testimonio de quienes han vivido “las verdes y las maduras” se torna una representación real: ‘Sin Dios, nada. Confiando en Él, todo es más llevadero’. ¡Así es la vida! No hay gloria sin pasión. La vida contemplando al buen Dios en la eternidad, donde no hay nada impuro ni imperfecto (incluido el cuerpo, los problemas, las dificultades…) es la gloria, la pasión es el trabajo en esta tierra, para ‘hacer méritos’, amando permanentemente. ¡No hay gloria sin pasión! ¿Si Dios no te ha ayudado, qué haces con él? Bueno: no lo entiendo (porque esa explicación de que Dios no me ha ayudado viene del mundo), pero me fio de Él.

¿Qué es la Navidad? Es una vivencia perpetua del mandamiento más grande de Dios: el amor. Amarle a Él y amar a los demás. La Navidad implica tener presente cada día que es la oportunidad para hacer el bien, para compartir, para acercarnos sinceramente a quien sufre, y, a más de brindar parte de lo que tenemos (no de lo que nos sobra) sobre todo brindarnos nosotras(os) mismas(os). Navidad no es comprar ropa (cuando en el lugar destinado para la ropa que ya tenemos hay prendas que solo hemos usado una vez, y otras (en su mayoría) nueva sin usar, y seguimos usando la misma ropa, una y otra vez). Navidad no es el momento para ‘las compras’, y solo ir al intercambio entre ‘nuestro círculo’. ¿Qué sentido tiene? Únicamente esperar que ‘nos devuelvan’. Navidad no es el culto al desperdicio, o la representación al gastar y gastar, o endeudarse y endeudarse. Navidad sí es el constante momento, e inclusive la oportunidad que tenemos cada día que se nos regala desde la divinidad para, si no lo hemos hecho, mirar nuestro interior, abandonar actitudes, desistir de acciones que nos perjudican, interiorizar que aquellas prácticas o determinados hábitos que hemos venido realizando no nos han dejado más que pérdidas, divisiones, dolor y efecto contraproducente negativo propio y en la familia; y ‘limpiar la casa’: botar de nuestra vida lo que ha venido ocupando espacio, aunque cueste y duela, con el fin de permitir que el buen Dios lo llene. Él quiere estar en la pobreza de nuestro corazón. No busca un lugar lleno de opulencia. No anhela un sitio donde exista “más de un pavo”. No pretende quedarse en una vida “alegre” y sin problemas. ¡No! Al contrario, clama estar en nuestras vidas, con el propósito de que ese intercambio generoso, invaluable e inexplicable se de: darse él mismo, Jesús, que es Dios, y tomar nuestra vida y llenarla de luz, para que, confiando en Él podamos propagar su luz y con ello, quienes se acerquen a nosotras(os) o a quienes nosotras(os) acudamos experimenten esperanza y se vayan mejor que cuando interactuaron con nosotras(os) en un inicio. ¡Así es la Navidad!

Envío todas las buenas vibras para que, en las circunstancias que esté usted atravesando, con Dios las pueda sobrellevar y, si la divina providencia lo cree conveniente, las pueda superar. Desde el fondo de mi corazón deseo tenga una Navidad con disposición a recibir la buena noticia, la esperanza del mundo: el buen Dios hecho hombre, Jesús, quien, nació para darse a nosotras(os) y nos dio la prueba de amor más grande que existe: dar su vida, por amor a la creación humana.

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