España votó el pasado 28 de abril y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) resultó ser la fuerza más votada. Desde entonces no puede formar gobierno porque el sistema de representación lo obliga a pactar con otras fuerzas políticas. La política es eso: debate, discusión, pactos, alcance de consensos, respetando la voluntad popular, si de democracias hablamos y poner siempre en primer lugar el sentido común.
En las últimas horas, Pedro Sánchez, el líder socialdemócrata, comenzó a apurar al Partido Popular para que le devuelva el favor de 2016, cuando el PSOE allanó la investidura de Mariano Rajoy al frente del gobierno. Lo hizo luego de ver fracasar por enésima vez un acuerdo con Podemos y ante el riesgo de tener que convocar nuevamente a elecciones. Un sinsentido gigantesco si se tiene en cuenta que la sociedad ya se expidió.
Y ahí es donde uno se pregunta: ¿dónde están los progresistas? ¿Es tan difícil interpretar un resultado electoral para buscar las soluciones con la impronta de la centroizquierda, tal cual el mensaje que emanó de las urnas? Y el interrogante es tanto para Pablo Iglesias como para Sánchez, a quien se le reconoce un ahínco conmovedor para regresar al poder desde el llano, al igual que sus carencias de líder. Tal vez deberían revisar un poco la biblioteca o en todo caso, consultar a Julio Anguita, un hombre de un singular sentido común. Un bien cada vez más escaso en el mundo político.
Y es que España tiene un sistema de gobierno, concebido en el histórico Pacto de la Moncloa. En esa tentación permanente por revisar la historia, vemos que el talante de los actores principales se fue extinguiendo con el correr del tiempo. El intelecto de la dirigencia no abunda, desaparecieron los hombres con visión de Estado y un fascista inteligente, como Manuel Fraga Iribarne, está más cerca de Atapuerca que de las Cortes.
Y ya se sabe que no es bueno obviar la historia. Cuando los progresistas no se ponen de acuerdo, la salida siempre está a la derecha. (O)
