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El Telégrafo
Alicia Galárraga

¿Por qué no denunció antes?

20 de diciembre de 2020 - 00:00

“Yo era una muchacha que estaba por cumplir dieciocho años. En las vacaciones del colegio fui a trabajar en la talabartería de  mi tío, en Bogotá. Durante la década de 1950 esta industria estaba en todo su apogeo en Colombia y aprendices de otros países venían  a empaparse del arte de trabajar en cuero.

 

Es así como conocí a Fausto, oriundo de Cotacachi y aprendiz en aquella talabartería. Cuando finalicé los estudios secundarios, Fausto y yo éramos novios; acepté casarme con él y vine a vivir a Quito. Tuvimos cinco hijos. A más de cuidarlos, yo viajaba a Guayaquil para vender los productos que Fausto fabricaba.

 

Con el pretexto de mis viajes, Fausto me convenció de traer una prima suya desde Bogotá para que cuide de mis hijos. Yo acepté. Al poco tiempo entendí que esta señora no cuidaba solo de mis hijos sino que también cuidaba de Fausto. Me enteré de ello por el mayor de mis pequeños que en aquel entonces tenía diez años de edad:

 

-Mamá, mi papá hace cosas raras con la tía.

 

Lo que me dijo mi pequeño fue suficiente para que yo decida encarar a Fausto y tomar una decisión. A más de faltar el respeto a nuestro compromiso matrimonial, le hizo un gran daño a nuestro hijo y eso no estaba dispuesta a soportar. Lo enfrenté y sucedió algo que jamás imaginé: su respuesta fue darme una paliza que me dejó inconsciente. Cuando desperté, en una clínica, quien fue mi suegra estaba junto a mí y me animó a divorciarme:

 

-¡Huye de este hombre! Si te mata, ¿cómo respondo a tu familia de Bogotá?

 

Cuando salí de la clínica, no regresé al hogar que compartía con Fausto. La talabartería nos otorgó holgura económica y teníamos otra casa a la que me mudé con mis hijos. Mi divorcio demoró en tramitarse cinco años. Tuve que pasar por cuatro o cinco abogados porque me acosaban sexualmente. Ninguno respetó mi dolor y el momento que estaba pasando.”

 

Así termina la señora Mariana este relato, a ratos entrecortado  porque las lágrimas no le permiten continuar. A pesar de ser una mujer de la tercera edad, no olvida las agresiones que sufrió y los años que han transcurrido no borran su condición de víctima. Eso es lo que muchos inquisidores medievales no entienden cuando preguntan “¿y por qué no denunció antes?”

 

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