Un pacto político elitista es un acuerdo o, mejor dicho, un entendimiento entre las élites políticas (que van de la mano con las élites económicas) que modera la violencia electoral de tal manera que el ganador se pueda quedar con lo mejor que genera el conflicto no reprimido. Esos acuerdos normalmente transforman al gobierno de una forma autocrática a una más pluralista y democrática. Estos acuerdos son la base estructural para gobernar un estado establecido por élites, sea a través de un proceso formal o informal en el tiempo.
¿Por qué el Ecuador ha fracasado en desarrollar instituciones democráticas fuertes, a pesar de un generalizado rechazo al autoritarismo y de dar soporte a las leyes civiles? Pues la respuesta es muy simple: los pactos políticos negociados por las élites que hicieron posible las transiciones de gobiernos, de hecho, limitaron la extensión y duración de la democracia. Buscaron siempre restaurar las muchas fuentes de poder político de los antiguos regímenes elitistas como precio para apoyar la democratización del estado. Estos pactos políticos (y todos los gobiernos republicanos lo han hecho, desde Juan José Flores y José Vicente Rocafuerte hasta la fecha) dejaron a especiales grupos de políticos y aún de militares con un grado substancial de poder sobre los ciudadanos civiles, preservando el clientelismo y minando la habilidad de los partidos políticos de ser el transmisor al pueblo de intereses que no sean de las élites.
Es por eso que tenemos un estado ecuatoriano no-democrático que esta embebido por cierta autonomía e influencia militar (que ya casi no se percibe), un modelo tecnocrático para la generación de políticas de estado y una dominación del poder presidencial sobre el legislativo, que se contaminó totalmente con el cambio del congreso parlamentario a la asamblea legislativa en Montecristi 2008.
Somos testigos ahora de un nuevo y raro pacto político de élites en el país. Quiero creer que es consecuencia estratégica de un líder carismático que veía muy difícil remontar la baja aceptación popular, el creciente descontento, la terrible crisis social y económica de la pandemia y su natural animadversión al oponente de la misma derecha. Rescindir su candidatura y abrir la posibilidad de múltiples pre candidaturas en su tienda política, posibilitó que se de este pacto de élites.
La otra posibilidad es que la derecha ecuatoriana tenga temor a la fuerza que ha tomado la candidatura indígena, que ahora debería unir a indios, mestizos, cholos, montubios, afros, etc. pero que por alguna razón cada cual jala el agua a su molino. Y era evidente, que, fracturada la derecha, la segunda vuelta se daba entre el binomio indígena y el del correismo que tiene una fuerte base electoral. Espero que este sui generis pacto de élites sea lo mejor para el país, que vaya más allá de un contrato electoral que se deshace fácilmente y no sea más de lo mismo.
