Los episodios vividos en los últimos días, en los que se pone de manifiesto la fragilidad del sistema jurídico ecuatoriano, dejan a buena parte del pueblo ecuatoriano en una especie de limbo, del no saber el porqué de los hechos, la razón o las razones por las que se dejan de lado los principios del marco legal que nos rige.
La distorsión de los mecanismos legales que están hechos para proteger a los ciudadanos frente al accionar de las instancias del Estado se transforma en instrumentos que son usados para torcer el hilo de la justicia y dejar en las personas la sensación de que unas son las normas con las que se juzga y hasta sanciona a las personas comunes y corrientes, y otras muy distintas las que se que se esgrimen cuando se les toma cuentas a los llamados delincuentes de cuello blanco.
Una de las normas del derecho es que cuando una sentencia está ejecutoriada, no se puede desvirtuarla con mecanismos como el del hábeas corpus, por ello sorprende la inacción de las autoridades competentes frente a una flagrante distorsión de los recursos de los que se trata.
Por ello decimos que el mundo está al revés, como cuando las tórtolas disparan contra las escopetas, cuando la fragilidad la ostenta el estado frente a determinados individuos, que hacen gala de potestades ilimitadas a la hora de garantizar la impunidad.
La sensación de que todo es válido, que no importa ser honesto o deshonesto se va incardinando sobre todo en las mentes de los más jóvenes, cuando observan con admiración la distorsión de las acciones, la falta de decoro en los actos de quienes están llamados a dar ejemplo, la persecución del ladrón de poca monta y la suavidad en la condena de quienes afectan no solo al erario del estado, sino también a la fe pública.
Esa fe pública tan vapuleada y dejada de lado, con lo que se causa un gran perjuicio a la formación de niños y de jóvenes y a la actuación de los propios entes gubernamentales.
