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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

Mi gente, es la política

29 de octubre de 2014 - 00:00

Si fuera por la biología, el racismo estaría muerto y enterrado. Es tontería retórica eso de consumir argumentos, tinta y saliva ponderando que “todos somos iguales”; pero claro que lo somos. Está en la Constitución de la República y leyes orgánicas, el real problema es el desenvolvimiento social y práctico de esa idea de ‘igualdad’. Mejorando lo dicho: cancelar la rosa de los vientos de las desigualdades en nuestro país. Está en mentes y corazones institucionales, en la mala, poca o ninguna voluntad política y en la afroecuatorianidad por aceptar esas borrascosas trivializaciones del racismo. Nuestros círculos de estudio, el liderazgo negro y hasta la cultura de la esquina deben hacerse preguntas que produzcan respuestas del tono político y cultural necesario para dañar con eficacia las estructuras racistas. El racismo es expresión política, y así hay que enfrentarlo.

Por estos días, un no sé quién metió un pedo de Tunda en la celebración del Mes del Pueblo Afroecuatoriano con una duda banal: “¿Somos negros o afrodescendientes?”. Replicando con la cuchara grande: ¿el racismo se detiene en esos detalles? Oiga bien, que el guaguancó se pone en su punto. Negro o afrodescendiente es lo mismo, al menos en los últimos quinientos años. O debería serlo, porque mientras no se entienda que los odiosos significados de la palabra ‘negro’ fueron inventados por ideólogos del capitalismo de rapiña, para borrar de la humanidad a africanos y europeos (a unos para oprimirlos sin límite moral y temporal y a los otros para que fueran opresores de la misma manera). Así pues, los africanos, mujeres y hombres, nacían yorubas, congos, malinkés, wolofes, etc., y cruzando el océano se volvían ‘negros’.

Por siglos, la diáspora africana discutió qué denominación aceptar: negro, africano-americano, negro-americano (o al revés), de color, moreno o Negro (así, con mayúscula). Uno de los que impulsó la denominación ‘afro’ fue Malcolm X, quien se denominaba a sí mismo afroamericano. Aunque también admitió la denominación ‘negro’ propuesta por la gente que después impulsó aquello de Black Power. Fue una revolución estética y política, esa elocuencia histórica de lo ‘negro es bonito’. Se revaloró para siempre lo negro aplicado a personas, ocurrió una ingeniería de la conciencia social del mundo, porque fue actitud política y aptitud cultural (peinados, fashion, adornos, abalorios, nombres, expresiones culturales demostrativas y espiritualidad), se pueden cambiar los adjetivos y da igual resultado. Una imprescindible conexión con la raíz (o con la matriz) africana.

Nada, por ahí anda una pedantería tramposa diciendo que “todos somos afrodescendientes porque la humanidad emigró de allá”, bueno, ¿y qué? Otros que por qué mirar hacia África, valgan los versos martianos: “Con los pobres de la Tierra quiero yo mi suerte echar…”. Se dice cada cosa, para que no trabajemos en lo fundamental: ser actores visibles y combativos de la política ecuatoriana.

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