Este es un texto pensado desde la realidad de mujeres en la vorágine de un mundo diverso. Mientras procuramos el desarrollo individual, trabajamos o emprendemos, nosotras también criamos a nuestros hijos.
En ocasiones con empleo fijo, salario y estabilidad; a veces en la informalidad, vendiendo cualquier cosa que sirva para alimentar a los guaguas, cuidarlos, educarlos, cobijarlos con un amor infinito que trasciende el cuerpo y el alma.
En esta sociedad machista, algunas se adaptan sin romper el molde; otras logramos compartir tareas con la pareja; y están aquellas que son padre y madre en su hogar con o sin pensión alimenticia.
Nada fácil ha sido el camino, no lo fue para nuestras abuelas y tampoco lo será para nuestras hijas. Pero el país avanzó en algunas materias; sin embargo, la inmensa mayoría de mujeres seguimos a cargo de los cuidados, realizamos más del 75% del trabajo no remunerado y le dedicamos tres veces más tiempo que los hombres.
Es preciso entender que los orígenes de la división sexual del trabajo están en el ámbito familiar, por eso el trabajo doméstico es una actividad con rostro de mujer, y de las mujeres más pobres, que hoy son las más afectadas, pues muchas trabajadoras remuneradas del hogar fueron despedidas, están en el desempleo y sin seguridad social.
El confinamiento también sobreexige a las mujeres, debemos teletrabajar, atender a los niños, ayudar en las actividades escolares, pagar las cuentas, exigir el pago de alimentos y hasta sobrevivir a la violencia.
Varias cosas deben cambiar en el país después de la crisis. Empecemos por repensar un sistema que incluya a la economía de cuidados, un sistema de seguridad social y de salud que atienda a las mujeres que asisten. Pensemos en proteger a quienes están insertas en el trabajo doméstico.
Si no tomamos medidas para lograr equilibrios, bajo el criterio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), nos faltarán 210 años para cerrar la brecha de género y la igualdad jamás será una realidad vivida. (O)
