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El Telégrafo
María José Machado

La manada del ProstaEros

19 de febrero de 2022 - 00:00

El episodio de Canessa y la manada del programa deportivo Esto es fútbol –uno que acosa, seis que sonríen y uno de ellos que simula “defender” entre risas a la presentadora Nadia Manosalvas– fue el detonante de una serie de denuncias en las redes sociales de episodios de violencia vividos en el contexto de relaciones de poder: de profesores a estudiantes, de jefes a subalternas, de acoso callejero y de violencia de género en relaciones de pareja. Canessa le preguntó a Nadia Manosalvas “¿qué hace usted para estar tan buena?”, en señal abierta ante su incomodidad y risa nerviosa y el resto de la manada le hizo la gracia, uno inclusive le sugirió que se prepare con ProstaEros, producto para evitar la eyaculación precoz y la impotencia que el programa promociona.

 

No tardaron en aparecer la indignación y la denuncia de la periodista María Soledad Reyes que contó detalles macabros sobre las violencias que históricamente han vivido las mujeres en el contexto del periodismo deportivo, como el solicitarles “favores sexuales” a cambio de trabajo. Este es uno de los ámbitos más machistas y violentos, primero, porque es un espacio masculinizado donde se les exige una actuación como modelos o figuras decorativas y segundo, porque se duda del profesionalismo de las mujeres. A pesar de que las mujeres siguen demostrando, y sobre todo en los últimos años, sus altas capacidades en el ámbito deportivo, la hegemonía en este sector la tienen los hombres. Ellos tienen el poder, ellos tienen el dinero, ellos son dueños de los medios, ellos acosan y deciden quién sí y quién no.

 

La Fiscalía abrió un expediente para investigar estos casos.  Para nuestra indignación, al poco tiempo empezaron las solidaridades de conocidos periodistas que señalaron a Canessa como “un señor” e “impecable en lo privado y en lo público” en flagrante pacto patriarcal. Al día siguiente, en el mismo programa, apareció Nadia Manosalvas con flores en mano agradeciendo a sus compañeros, aclarando que ella jamás permitiría el acoso, que el formato del programa es espontáneo y “picante” y que no hay un guion, sino se trata de hacer sentir a los espectadores como en una conversación de amigos en la esquina de un barrio y que ella en ningún momento se sintió ofendida.

 

Un audio de Diego Arcos señaló que Nadia Manosalvas siempre está agradecida con él porque es el único que la defiende y protege del contexto estresante que enfrenta en su trabajo. La visten como colegiala, la llaman “la que ilumina las noches” y la morbosean en pandilla. Nadia nos representa a tantas mujeres: todas recordamos las veces que le reímos la gracia al viejo verde para que no nos suspenda, las veces que nos callamos cuando nos mandaron mano en la calle para evitar que nos golpeen y cuando nos mantuvimos en cuadros de adaptación paradójica a la violencia sintiendo compasión por nuestros agresores y justificándolos nosotras mismas y ante el público, para que en ningún caso pierdan su pedestal de hombres buenos e incluso de “aliados”.

 

Porque los acosadores no son solamente los morbosos de la tele, sino están en nuestros entornos cercanos. Si se cae su máscara se cae la nuestra: nuestra vida perfecta, de sueño, la postal familiar, la carrera exitosa. Es de valientes en este país asumirse víctima: no todas pueden, no todas podemos, los costos son demasiado altos: las denuncias penales, el desempleo, el ostracismo, la acusación de mentirosas, la culpabilización: por qué no denunciaste, por qué no lo golpeaste, por qué quieres atención y protagonismo arruinando la reputación de un prohombre, intachable, un Señor.

 

El cuerpo de las mujeres es utilizado entre una manada de hombres para demostrarse entre sí y al público su heterosexualidad. Deben decirle algo sexual para probar que son "hombres": no mujeres, no niños, no homosexuales. Lo mismo ocurre según Rita Segato, antropóloga feminista, en los crímenes de Ciudad Juárez. Los cadáveres de mujeres jóvenes y bonitas son comunicantes de pactos patriarcales que subyacen. El poder se demuestra entre la fratría en función de cuántas mujeres pueden poseer y despedazar. El "picante" en el show deportivo es el primer eslabón de una misma cadena. Misma actitud de manada, de pacto patriarcal, de cosificación de las mujeres. De uso de cuerpos de mujeres para demostrar(se) masculinidad entre sí y al público.

 

En nuestro país muy poco importan los derechos de las niñas, mujeres y personas con posibilidad de gestar. El jueves 17 de febrero, después de una subasta inversa desgastante y despiadada, se aprobó en primer debate la Ley Orgánica para la Interrupción del Embarazo en casos de violación con plazos de 12 semanas para las adultas y de 18 semanas para las niñas, adolescentes y mujeres rurales y de pueblos y nacionalidades, desobedeciendo el principio constitucional de igualdad y el mandato de la Corte Constitucional, en franco retroceso.

 

La indignación la compartimos con el miedo al inminente peligro de la votación de un informe de minoría que, de no aprobarse el de mayoría, tenía no solo plazos más restrictivos sino varias inconstitucionalidades, como el objetivo principal de proteger “la vida desde la concepción” y no procurar la reparación integral a las víctimas de violación; obligar a las víctimas a hacerse ecografías y mirarlas, objetar conciencia por parte del personal de salud de manera arbitraria, entre otras miserias. No es extraño que los mismos defensores del pacto patriarcal y perdonavidas de los acosadores contumaces y públicos sean también a ultranza “providas” y contrarios al acceso al aborto seguro por parte de las víctimas de violación. Efectivamente se proyectan en el feto (piensan que es hombre, piensan que será ingeniero, piensan que le va a gustar el fútbol) y tienen más empatía con él que con las niñas y mujeres que han sido violadas, condenándolas a embarazos forzados.

 

Esta semana ha sido particularmente dura para las mujeres y las feministas, porque se ha destapado una serie de denuncias que señalan las agresiones a las que nos vemos sometidas las mujeres todos los días, es decir, que la violencia sexual no es aislada, sino que se presenta en sus formas iniciales como miradas lascivas, comentarios sexuales no solicitados, hasta el acoso sexual televisado y la violación. Estas conductas son recientemente tipificadas en la historia penal como infracciones, porque hacían parte de la vida cotidiana de las mujeres y fue resultado de mucho esfuerzo poderlas visibilizar como crímenes y no como derechos de los hombres.

 

Hoy las víctimas se atreven a hablar, después de años, y a pesar de los costos. ¿Cuánto le puede costar hablar a una sobreviviente? Mucho tiempo. No todas las mujeres tenemos las mismas herramientas ni la misma capacidad de resiliencia o respuesta ante el trauma. Esto depende de varios factores, pero lo seguro es que ni el dinero, ni la instrucción formal, ni los privilegios nos salvan de los riesgos de ser violentadas en un país feminicida y misógino. Sin embargo, la peor parte se la llevan las mujeres más desfavorecidas, quienes quizás nunca van a contar con los medios para denunciar o para hacer públicos sus casos, para quienes la justicia nunca llega, peor la reparación, a quienes las relaciones de poder no les permiten a veces siquiera admitir lo que están viviendo y tomar conciencia de que son víctimas. Hoy ha tomado protagonismo, ante la fractura del sistema de justicia y sus mecanismos formales, el escrache como herramienta feminista que se utiliza cuando la justicia tarda o no llega nunca, con un valor simbólico importante, pero también con costos.

 

¿Qué pasa cuando denunciamos? Inmediatamente se activa el pacto patriarcal. El denunciado calla, los amigos lo protegen y desacreditan a quienes denuncian. El denunciado pide disculpas (implícitamente admite lo que ha hecho) y lo aplauden por valiente, por reconocer sus errores, por ser todo un gallardo caballero. Pero si es un ser de luz. Un humano comete errores. Bien brother por la valentía. La manada, paralelamente, se activa contra la “cultura de la cancelación” que es la etiqueta utilizada por los machistas para pretender la perpetuidad de sus actos violentos y sexistas como normales y plausibles, amparables por la libertad de expresión y la picardía. Qué pena que en este país ya no se pueda morbosear en paz y ya no sea la enorme latonería con el calendario de llucha a la que los machistas estaban tan acostumbrados.

 

Como sugirió Kate Millett, feminista norteamericana, en Política sexual, el mito patriarcal de la sexualidad masculina salvaje e irrefrenable debe ser protegido a toda costa, tanto en el ámbito de la sexualidad femenina, reduciendo a las mujeres a complacientes objetos, como en el ámbito de la reproducción, tratando a las mujeres y cuerpos con posibilidad de gestar como recipientes pasivos de sus violencias. Tanto las mujeres que se desnudan por voluntad propia ante la Asamblea Nacional en un acto de reapropiación del cuerpo y de denuncia de la desidia estatal, como las víctimas de violencia sexual que deciden abortar y tienen derecho a un aborto seguro son tachadas de “asquerosas” y “asesinas” por los machistas, por los mismos que no consideran reprochable el acoso en manada a una trabajadora y profesional en señal abierta.

 

La crisis de la masculinidad como la conocíamos es evidente. Hoy los hombres también están precarizados y ya no tienen los medios económicos para cumplir el papel de proveedores. Quedan rezagos rancios mal envejeciendo de los referentes televisivos que tuvimos en los noventa: los opinólogos, los catedráticos, los expertos, los comentaristas, los poderosos, los que han tenido toda la vida el privilegio de acosar mujeres y seguir siendo famosos, con total impunidad. Hoy los logros feministas han impugnado el androcentrismo y las mujeres conquistamos nuevos espacios, antes vetados. La actuación en manada, de manera pública y sexista, en todas las generaciones de varones, con la figura femenina como catalizador, es una de las salidas de reafirmación de masculinidad más burdas y violentas ante esta crisis. Los machistas acosan porque pueden, aunque sea con la ayuda de ProstaEros, pero ya no con la complicidad de nuestro silencio.

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