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El Telégrafo
Juan Francisco Román

Los zapatos rotos

20 de octubre de 2021 - 00:44

El desempleo es la pesadilla que nadie quiere vivir y no hablo desde el desconocimiento, lo he vivido, me han estremecido las tripas de la incertidumbre, me he revolcado en el suelo y también he visto a mis padres hacerlo. Esa falta de certeza, corriendo de un lado al otro, mientras las empresas enormes tienen el poder de decidir por el futuro de una familia, es algo que yo lo viví y, créanme, no se la deseo a nadie.

Es muy tibio menoscabar el éxito de un empresario. Si, esos empresarios que la sudan y la sudaron para poder generar ese derecho fundamental y cubrir sus necesidades, el trabajo. Y trabajar no significa exclusivamente tener un contrato de trabajo, no, es una parte de todo el ecosistema laboral, trabajar también es emprender, también es suscribir un contrato de trabajo como empleador y esa diferencia nadie la tiene clara.

Todos o la gran mayoría hemos empezado desde abajo, sin conocerlo todo, pero caminando kilómetros y kilómetros para conseguir un pago por nuestro esfuerzo. A veces ese trabajo arduo que hacemos no se compensa con las miserias que nos pagan, y los derechos del trabajador están ahí, escritos como palabras bondadosas y en defensa de quién aparentemente es la parte más débil.

¿Alguna vez ustedes volvieron a la casa en la noche con los zapatos rotos de tanto caminar? Yo sí, volvía una y otra vez con los zapatos desgastados de tanto caminar. Escribir un curriculum vitae intentando agraciar a quién lo recibía para intentar convencerle que, si podía hacer lo que requerían, sin demostrar la necesidad, con el nudo en la garganta de la desesperación que tenía por decirles que estaba desesperado, que necesitaba ese sueldo para pagar mis obligaciones.

También lo vi en mi padre. La puerta de la escasez tocó meses, sino años, por que contradijo a una gran empresa en la que trabajó por años. Esa misma empresa que ahora está sentenciada por actos de corrupción. Entiendo la indignación de los trabajadores, pero también entiendo la desesperación de los empresarios. De esos pequeños, micros, enanos y sin remedios empresarios que pagan las cuentas por día y que se niegan a despedir a sus trabajadores por que los consideran familia.

Es que meter a todos en un mismo bolso es un crimen sin castigo, y mientras los problemas de personalidad blande de los susodichos lideres de la nación aúpan a movilizaciones y paralizaciones para proteger lo que ellos nunca jamás han pagado, estamos nosotros, los del lado que trabajamos y pagamos por esas imposiciones generalizadas. Los empresarios con zapatos rotos y los trabajadores de 8 horas.

No hay cosa más precaria que no tener trabajo, es una sentencia que tiene razón, y aunque no queramos ver más allá de los evidente y mantengamos una posición tan dura sobre el precio de dar trabajo bajo la lupa de quienes efectivamente lo dan, no podremos avanzar ni medio metro, por que el papel aguanta todo, pero la barriga de tus hijos no.

Son pocos, poquísimos los que tienen el privilegio de tener esa “tranquilidad económica” que tan vapulean por las calles. Que el empresario es esclavista, dicen los seres que en la vida habrán tenido que esconder la desesperación de su familia y de sus trabajadores por que simplemente no les alcanza.

Mientras la lucha del desinterés sigue manejando un discurso proteccionista, hay los otros, los de los zapatos rotos, con huecos enormes en sus bolsillos que siguen buscando trabajo por todas partes sin encontrarlo y es ahí donde la separación entre la gran empresa y la micro y mediana empresa debe ser diferenciada.

En Ecuador más del 95% de las empresas son medianas y pequeñas. El mercado ecuatoriano es tan limitado que nadie quiere entrar a competir por que hay impuestos hasta para sacar el capital propio, y los pocos que manejan a los mercados son empresas tan poderosas y limitadas que es imposible hacerles la competencia, importar productos es un desastre y vender en este país es una odisea.

Entonces, mantenemos la visión de un empresario corrupto y corruptor, un Estado enorme que pide más y más a quienes trabajan y dan trabajo, pero no cumple con su parte. El Estado no retribuye al que paga sus impuestos con una justicia y eficiente, con la certeza que si sales de la casa no te matan. Un Estado obeso que no permite que entren capitales, pero exige que demos trabajo, a esos, los de los zapatos rotos.

Exigen a los medianos y micro empresarios dar trabajo, pero nadie ha pensado en que ese descorazonado empresario no tiene ni para pagarse su propio sueldo, que emplear a una persona con salario mínimo cuesta seis mil dólares al año y esa plata no la regala nadie, es un cumulo de decisiones y riesgos que nadie, solo pocos, están dispuestos a correr.

El empresariado serio, el respetuoso, el digno, el que viene desde abajo, ese invisibilizado, ese que lo arriesga todo, quiere y necesita dar trabajo digno.

Ese de los zapatos rotos.

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