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El Telégrafo
José Velásquez

Los militares y la vacunación

10 de mayo de 2021 - 00:00

Están entrenados para movilizarse en cuestión de minutos, saltar desde un helicóptero y atravesar la oscuridad de la selva para levantar un campamento en medio de la nada. Nos han demostrado que en tiempos de paz pueden ser eficientes constructores, rescatistas, alfabetizadores y deportistas. Pero hoy estamos en plena guerra y los necesitamos.  

Cuando se trata de la vacunación, me parece buena idea usar el padrón electoral para acceder a una base de datos y aplicar un formato de convocatoria. Pero nadie sabe más de logística en este país que las Fuerzas Armadas.

La lucha contra el Covid-19 se pelea en varios frentes y hacen falta manos, orden y recursos. Me sorprende que las autoridades no hayan convocado a los militares para que se incorporen de manera más activa. ¿Acaso no estamos librando una interminable batalla? En otros países así se hizo y se sigue haciendo.

En Uruguay, por ejemplo, son los aviones militares los que van a buscar las vacunas y los ventiladores al extranjero y luego se encargan de la distribución a nivel nacional. Son el brazo operativo que necesita el sistema para enfocar mejor sus recursos y optimizar el tiempo. Y así, algo más de un cuarto de los uruguayos ya están doblemente vacunados, y un tercio ya tiene la primera dosis. Claro que tiene una población pequeña (equivalente a la de provincia del Guayas) pero la extensión de su territorio es muy similar a la de Ecuador.

La Fuerza Aérea de Brasil usa su flota para trasladar millones de dosis a los lugares más remotos de la Amazonía. Y en Chile, el ejército y la Universidad de Concepción firmaron un acuerdo para el desarrollo de una vacuna experimental. Los uniformados no solo aportan con científicos de la casa e instalaciones, sino que además ofrecen voluntarios para las pruebas.

En Estados Unidos el personal militar no administra la vacuna, pero presta su contingente. Los voceros del Departamento de Defensa repiten con orgullo que tienen entre sus filas a los mejores expertos en logística del mundo y los han puesto al servicio de los Centros de Control de Enfermedades. El oficial a cargo es el condecorado general Gustave Perna, con casi 30 años de experiencia en movimientos operativos. Perna compara a la operación de inmunización en Estados Unidos con el desembarco en Normandía que le permitió a los aliados dar un golpe letal a los Nazis en la Segunda Guerra Mundial. “Estamos en guerra con el virus y la vacunación es el principio del fin”, insiste. 

En este punto me permito contar mi experiencia personal. Me vacuné en el estado de Maryland (EEUU), donde vivo. Los militares habían convertido el estacionamiento de un parque de diversiones en un eficiente autoservicio de varios carriles. Primero me preguntaron con carteles, y casi sin detener el vehículo y sin necesidad de bajar la ventana, si era mi primera o mi segunda dosis. Dependiendo de la respuesta se desviaba uno a la derecha o a la izquierda. Luego otro oficial me pidió el código QR de mi cita y algún tipo de identificación (mostré mi licencia).

Avancé a un pequeño hangar (el número 6), de los tantos que habían sido instalados en serie por los militares, y por fin una enfermera se me acercó para hacerme un par de preguntas rutinarias de salud, incluido el brazo de mi preferencia para la aplicación de la vacuna. Mi cita era a las 8 de la mañana y llegué puntual; a las 8:03 ya estaba vacunado. Me entregaron mi certificado y otro oficial se encargó de guiarme a una zona donde debía esperar 15 minutos dentro de mi auto por si tenía alguna reacción negativa. Había letreros luminosos que decían: “si se siente mal pite y un paramédico militar lo asistirá”. Cumplido el tiempo de espera preventiva una oficial me indicó qué carril debía tomar para salir del recinto. Estoy seguro que este proceso no hubiera sido un reloj suizo sin la intervención del Departamento de Defensa, simplemente porque los salubristas no están entrenados para montar este tipo de operativos.

En Estados Unidos los militares están involucrados en el área médica de manera estratégica. Tanto así que el cargo de Cirujano General, encomendado de promover campañas de salud, lo ocupa siempre un civil al que se le asigna un rango militar porque debe estar en capacidad de trabajar con las Fuerzas Armadas en situaciones emergentes. De igual manera, las cabezas de los poderes del estado se atienden de manera obligatoria y por seguridad en el Hospital Militar Walter Reed, en las afueras de Washington DC. En Canadá funciona más o menos igual; de hecho, en este proceso de inmunización también hay un oficial de alto rango, el general Dany Fortin, a cargo del operativo.

Las Fuerzas Armadas ecuatorianas están compuestas por algo más de 46.000 elementos y representan un gasto anual de unos $2.400 millones. No digo que tomen la posta pero estoy seguro que nuestros adultos mayores no tendrían que soportar ni sol ni lluvia, ni sed ni cansancio, si las convocatorias de vacunación estuvieran organizadas y apuntaladas por nuestros militares.

Y así como han llevado con eficiencia el soporte logístico en las elecciones, y dado que el plan apunta al uso del padrón electoral, me gustaría ver que se los incorpore de una manera más activa y programada en la era Lasso. Después de todo, de nada sirve tener las balas si no sabemos cómo dispararlas. En la guerra contra el Covid necesitamos de toda la ayuda posible. (O)

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