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El Telégrafo
Alicia Galárraga

Los esteros y los sueños

08 de noviembre de 2020 - 00:00

Hola, me llamo Cataleya y tengo veintiocho años. Nací en una invasión a la que la rodean los esteros que son lodazales gigantes, tan gigantes, que se tragan los sueños. Mi piel es como el ébano y mis antepasados fueron esclavos. A los catorce, me embaracé de un hermano de mi mamá que me violaba desde que yo tenía once. No pude acabar el colegio porque tuve que dedicarme a cuidar a mi primer bebe, que ya tiene trece. Después, vinieron los demás bebes: tengo cuatro y el menor tiene cinco años.

Salgo de mi caleta a las seis de la mañana, para llegar a la empacadora de atún en la que trabajo. Preparo el almuerzo para los bebes; para eso, me levanto a las cuatro de la madrugada. Cuando me voy, ellos todavía están dormidos; yo los beso en la frente y les doy la bendición. Tomo dos busetas hasta la empacadora. Llego después de dos horas de recorrido, con el tiempo justo para timbrar a las ocho de la mañana.

En la empacadora el camello es duro, porque está climatizado para mantener congelado el atún. Por el frío de la empacadora, me duelen los huesos, principalmente los de los brazos y las piernas. Salgo a las cinco de la tarde y tomo de nuevo dos busetas para regresar a mi caleta ; cuando llego, son las siete de la noche, a veces, un poco más. Juego con los bebes y reviso que estén hechas las tareas. Cuando algo no entienden, no puedo explicarles, porque, como dije, no terminé el colegio por mi primer embarazo.

Hace diez días todo cambió: Sol, mi segunda bebe, desapareció mientras jugaba cerca de nuestra caleta. La reporté como desaparecida en las oficinas de Fiscalía. También fui a los canales de televisión para que me ayuden a difundir la fotografía de la bebe y pegué hojas volantes en las paredes del centro de la ciudad. En mi facebook también publiqué.

Hoy en la tarde me llamaron de la policía para decirme que hallaron el cuerpo de la bebe: sus hermanos estaban jugando a dos cuadras de nuestra caleta, en las orillas del estero. De pronto, el lodo que va y viene indiferente, dejó en sus pies un costal. Los bebes lo abrieron y cuando vieron su contenido, salieron despavoridos ¡era mi Sol asesinada y desmembrada! No quise saber más. Creo que me desmayé. Esto es una pesadilla... (O)

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