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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Lo bueno de la vida

05 de septiembre de 2020 - 00:00

Vivimos sometidos todos los días a un proceso de persuasión por parte de los medios que enfatizan que todo lo que sucede es fruto del carácter despreciable del ser humano,  de su inclinación hacia el egoísmo y la maldad. Conscientemente o no, luchamos contra las imágenes de que el hombre es un ser agresivo, inclinado hacia la destrucción. Esa visión se subraya si además estamos envueltos en medio de una situación de corrupción, componenda, soborno, encierro, enfermedad y muerte.

Pero la realidad que experimentamos no es necesariamente la que nos muestran los medios. Si analizamos la misma circunstancia en que vivimos, veremos que ésta saca a la luz, la generosidad de la gente. Y entonces recordamos lo que planteaba  Mordecai Paldiel, el filósofo judío, cuando decía que la bondad es una "predisposición humana innata" o lo que decía Margaret Mead, la antropóloga estadounidense, al comparar el comportamiento humano con el comportamiento animal, en cuanto a la atención que los seres de cada especie le prestan a otros cuando uno de ellos está en situación de vulnerabilidad. Mientras en el reino animal los miembros abandonan al débil, los humanos lo sacan adelante. Ella llamaba a esa cualidad altruista: “la primera señal de civilización”.

Pues yo considero que la generosidad es la más alta señal de civilización. La bondad nos deja sin aliento porque sorprende y emociona. Vemos que el Dr. Germán Guala, docente de la Universidad Central, en el momento que le dan el alta después de 45 días de cuidados intensivos por haberse contagiado de Covid-19, al salir del Hospital de las Fuerzas Armadas de Quito, aprovecha las cámaras para mandar un mensaje a los médicos: “que sigan adelante sin miedo, tratando a los pacientes venga lo que venga…”

En el Quito de agosto, todos los días alguien hace algo por el otro. Que tu vecina te trae limones y aguacates de su propiedad del campo, que la otra te cocina una sopita, que alguien se ofrece a hacerte la compra, a lavar tu ropa, que te miman mandándote víveres o golosinas. La bondad humana no tiene límites, siempre Impresiona y conmueve. Sabes que el verdadero seguro que tienes es el cariño de tu familia y de tus amistades. Sabes también que los gestos de solidaridad son manifestaciones de la bondad infinita de Dios.

El sentido de comunidad que se manifiesta entre nosotros quiteños y ecuatorianos es único. Logra que cada persona tome fuerza y confíe en el futuro. Si fuéramos muchos los que ejercitáramos la bondad consciente podríamos contraponer esa fuerza a la de la maldad reinante. Si nuestras manifestaciones de generosidad hacia las personas que viven en situaciones de sufrimiento, de dificultad, de pobreza, de soledad, de enfermedad fueran constantes, podríamos desterrar el miedo y la incertidumbre. Si ayudáramos a aquellos que sabemos desvalidos estaríamos mejorando el país y el mundo. De hecho, estaríamos siguiendo las palabras del Papa Francisco: “Sed, con todos, generosos canales de bondad y bienvenida; así construiréis un mundo más fraternal, más solidario”. (O)

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