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El Telégrafo
Duglas Rangel Donoso

El año de la lluvia

04 de febrero de 2020 - 00:00

 La  lluvia cae. El agua golpea la tierra, los árboles, el cemento de las casas, el hueco donde se esconden los cuyes, la lavacara del patio. En las calles el agua corre como deseos insatisfechos, deseos insaciables e irreconocibles por la fuerza del olvido. ¿A dónde va tanta agua? ¿De dónde viene? Ni el agua misma lo sabe.

Cae y lo inunda todo. Esa propiedad poderosa del agua de deshacer las formas y los límites. El agua en precipitada carrera por deteriorar lo exacto, lo recto, lo formal de la existencia. Agua: soledad absoluta. Valentía total. Verdadera, real, tormentosa, matemática como un tetragrámaton colocado en la lengua para pedir perdón por los pecados.

“Que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva...” siguen cantando los niños y los adultos que quieren volver a ser niños, pero están muertos de miedo porque se van a morir; pero también todos nos vamos a morir. Nadie se salva. El agua me recuerda que la tierra me va a dejar ir algún día, en algún momento: la lluvia y la muerte ciertas, incondicionales, totales, inminentes. Lluvia y vida, lo mismo. La lluvia y la muerte mojan y luego el sol calienta el café y todos somos olvidados. He salido a caminar desnudo para que la lluvia me inunde, me despoje del dolor del tiempo que transcurre.

La lluvia, la muerte, el tiempo, el espacio, son obras maléficas: las tienes y después ya no te tienen. La aparición del sol hace olvidar la lluvia. La vida olvida la muerte y la muerte olvida la vida que un día tuvimos. El tiempo  pasa y sucede mientras los espacios se llenan de mi presencia y mis anhelos. Deseo ser lluvia y la sequedad del calor.

La lluvia arrasa todo. Dios nos olvida. En los templos a las imágenes divinas se les ha caído el color y la razón. Insta a no adorar a nadie ni a nada. ¿Alguien puede parar la lluvia? Me levanto de la cama y hay un aire de romero. Mi mujer ha prendido un incienso y el humo ha logrado tapar las goteras que filtraba el agua hasta mi corazón. “Un corazón feliz calma las tormentas de la vida”, canta la vida. La lluvia cesó y vienen nuevas oportunidades. El monumento ha sido trasladado a otro lugar donde la vida del pasado no se podrá olvidar jamás. (O)

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