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El Telégrafo
Mauricio Maldonado

La cara de piedra de Buster Keaton

09 de octubre de 2018 - 00:00

Es un tópico del cine recordar la discusión de la película The Dreamers (2003), en la que los protagonistas debaten acerca de quién fue mejor: Chaplin o Buster Keaton. Sin duda, el cine mudo no hubiese sido el mismo en calidad sin ellos. Ambos fueron los mejores en su género, aunque por distintas razones y con diferente grado de notoriedad. La popularidad de Chaplin jamás dejó de crecer, mientras que Buster Keaton pasó por un período en donde fue casi olvidado y desclasado. Hoy por hoy, de hecho, Keaton sigue siendo un “artista de culto”, conocido solo en ciertas esferas, mientras que Chaplin es un ícono de la cultura popular. En los años veinte del siglo pasado existía una especie de rivalidad entre ellos; rivalidad que, en todo caso, se iría extinguiendo con los años, quizás porque Keaton había caído en desgracia. De hecho, los dos genios del cine mudo firmarían las paces –por decirlo de alguna manera– definitivamente con su aparición conjunta en Limelight (1952).

Sea como fuere, yo soy parte de aquella minoría que considera que Buster Keaton fue superior a todos sus contemporáneos, Chaplin inclusive. Orson Welles llegó a decir que se trataba del mejor de todos los tiempos. Y es que Keaton fue un actor y director fantástico que, en el contexto del cine mudo, practicó la comedia a pesar de poseer un rostro inexpresivo (que le valió el apodo de “cara de piedra”).

El éxito de su humor tiene que ver con distintos factores; entre otros, que el rostro de Keaton lo obligaba a recurrir a un humor total, físico en todos los sentidos: saltos, movimientos repentinos, caídas… Sin dobles, porque él era su propio doble de riesgo, alguien que a menudo se exponía con el solo objetivo de honrar a la comedia a la que, desde niño (cuando Harry Houdini le dio el apodo de “Buster”), se había dedicado.
Por otra parte, Buster Keaton fue un pionero absoluto en el arte del gag. En sus películas de los años veinte podemos ver varios ejemplos.

Algunos de ellos en el filme The General (1922), una de las 100 mejores películas de la historia según la crítica especializada. Los dotes del Keaton pueden verse en cada una de sus películas y cortometrajes (casi todos disponibles en YouTube), incluso en el que –si no me equivoco– fue el último de sus trabajos: The Railrodder (1965). Se trata de un cortometraje casi surrealista, cómico a niveles altísimos, donde Buster –aficionado a los trenes y a sus vías– recorre Canadá en un pequeño coche-ferrocarril con el que atraviesa por una sucesión de eventos delirantes. El 4 de octubre se celebró un año más de su natalicio, y este texto tiene como objetivo honrarlo. (O)

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