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El Telégrafo
Mariana Velasco

Lasso y la hora crucial

31 de mayo de 2021 - 00:00

Guillermo Lasso, cuadragésimo séptimo presidente, fue posesionado de su investidura al cumplir nuestra patria cuarenta y dos años de democracia. Lo hace en medio de la expectativa ciudadana que anhela el bien del país, el porvenir de su gente y la paz a la que apuestan los militantes de la buena fe. A los diez y siete millones de ecuatorianos importa este rincón qué debe ser la casa de encuentro, el espacio donde gobiernen la razón, el derecho, la justicia, esperanza y la vida misma para convivir juntos, más no de espaldas.

Presidente, llega en una hora crucial. A usted y su equipo les corresponde la tarea de intentar revivir la ética pública, restaurar la institucionalidad, velar porque la ley sea, “el poder sin pasión”, que la administración pública sea evidencia de servicio a la comunidad y que la gobernabilidad sea la posibilidad de administrar conforme al voto ciudadano que le permitió llegar a Carondelet. Deben hacer de la transparencia la lógica invariable que conduzca las acciones de su régimen porque toda democracia crea derechos y deberes; es imperfecta pero deseable. Depende también de la participación ciudadana y no solo del voto.

Estos cuarenta y dos años de democracia, han sido llenos de momentos disímiles con nuevas sensibilidades de la sociedad con respecto a la política. De las 20 constituciones expedidas en 189 años, tres corresponden al período iniciado en 1978 para el retorno al poder del pueblo tras una década de militarismo. Otra constatación es que, en 42 años, no existe un modelo de desarrollo y la economía del país ha dependido de bonanzas petroleras y la contratación de deuda pública. El nuevo gobierno debe enfrentar la necesidad de impulsar reformas tributarias y laborales para lograr un cambio estructural.

Desde luego, este es un trabajo de todos porque el ecuatoriano es una paleta de virtudes y defectos. La arrogancia, soberbia e intransigencia están presentes al pensar o creer que, con algo de viveza criolla se puede llegar a ser asambleísta, gerente de empresa, ministro e incluso presidente… Soberbios, al creer que sin esfuerzo se puede  dialogar sin escuchar. Intransigentes, al profesar que la realidad es sólo una y cómo nosotros la percibidos. A la vista estos defectos convierte a un pueblo de imperfectos. Es hora del cambio.

Si dedicamos un tiempo para estudiar la conducta de las personas en los países ricos y desarrollados se descubre que la mayor parte de la población cumple reglas (el orden puede ser discutido): lo ético como principio básico, integridad, puntualidad, responsabilidad, deseo de superación, respeto por el derecho de los demás, amor al trabajo, esfuerzo por una sólida economía, orden y limpieza, respeto a las leyes y reglamentos.

En países como el nuestro, una mínima parte de la población sigue estas normas en su vida diaria. No somos indigentes porque a nuestro país le falten riquezas naturales o porque la naturaleza haya sido cruel. Simplemente somos pobres por nuestra actitud. Nos falta carácter para cumplir estas premisas básicas del funcionamiento de la sociedad.

Debe convertirse en objetivo nacional el generar un consenso al que todos los sectores se comprometan (por ejemplo, la prioridad de abastecer el consumo interno con la producción propia a precios de privilegio, pero sin que el Estado tenga que subsidiarlos), para que los poderes tengan políticas públicas y por ende una guía de continuidad. Ese también es nuestro déficit.

Basta de división social y lucha ficticia entre ricos y pobres, basta de estigmatizar al que gana dinero. Ganar dinero está bien y debería ser el propósito de todos mediante el esfuerzo. No podemos demonizar al que mediante trabajo honrado y riesgo genera riqueza.

Es un principio ético, el promover el desarrollo de las personas sin que dependan de la dádiva del gobierno de turno: campañas anti clientelismo, anti favor, promover el pago de planes de ayuda siempre con trabajo efectivo como contrapartida, son saludables, justas y necesarias.

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