Tenemos una capacidad increíble para desperdiciar el tiempo preocupándonos por futilidades laborales, políticas, deportivas, personales o domésticas. Enojándonos por tonterías y desaprovechando eso que comúnmente se conoce como “vivir”.
Hasta que se llega a la edad donde los cabellos metamorfosean de algún oscuro a puros blancos y pensamos si hemos vivido lo suficiente.
El mundo está ideado para los jóvenes y adultos de mediana edad. La mayor parte está construida de tal manera para que, luego de regalarnos con largas jornadas laborales a trabajos ingratos, nos convirtamos en desecho para recién empezar a conocer más o menos a qué sabe el tiempo libre y qué hacer con la existencia.
Por ahora lo que está pasando en Ecuador es que la vejez ha pasado a ser los peores años que viven sus ciudadanos, como es el caso de los docentes jubilados o la atención a los ancianos en hospitales públicos.
El doctor Julio César Trujillo nos deja a los ecuatorianos una enseñanza que sobrepasa su participación y temple en la política: el respeto por las canas. Llegó al final de su vida combatiendo, luchando, haciendo vida, con aciertos y errores puede ser, pero en una labor importantísima y sirviendo obviamente al bien social.
Legitimó la valía de la edad, que constantemente es vilipendiada por los que aún no llegan hasta allí.
Los ancianos están relegados e infravalorados desde los hogares, hasta en los más altos estratos de la esfera política. “¡Cállate viejo! ¿Qué vas a saber tú esto?”.
Para el psicoanalista suizo Carl Gustav Jung, es en la tercera edad donde se desarrolla una inteligencia superior a cualquier otra expresada en las edades anteriores.
El frenesí de la juventud y el apuro de querer tener/saberlo todo, como síntoma de la actual era de la velocidad e información, desdeña al sabio.
Aunque los adultos mayores se merecen consideración y respeto venerables, el respeto debe darse para todos, porque en el de “tú a tú”, lo único que quiere hacerse prevalecer es un “ego” céntrico. (O)