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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

La Trinchera y el teatro

01 de diciembre de 2022 - 00:00

Hasta hace poco las expresiones artísticas estaban reservadas a seres “iluminados” cuya obra estética y filosófica podía ser contemplada por un público cultivado en los lenguajes exquisitos y extraños.  Público y artistas se encontraban en espacios monumentales de las urbes cosmopolitas. Bordeando el siglo XX el deseo de masificación e inclusión a los espacios del arte, coincidió con el desarrollo de una cultura popular que lejos de ser pasiva y contemplativa, remordió las estéticas canonizadas e impuso sus desarmonías, usando la tecnología como recurso limitado de creación. Paredes de pixeles se interpusieron entre el creador, el soporte y el espectador. En la relación arte - sociedad, algo quedó roto.

La virtualidad cierra las puertas al arte como forma de representación estética del mundo capaz de realizarse sólo frente al ojo humano vivo conectado con la obra y su dialéctica; impone además sus herramientas y mediación, para convertir toda expresión en mercancía. Los escultores están siendo barridos por las impresoras 3D, la ópera se replica en la horrible pantalla de celular que expulsa el precario sonido del sintetizador y el teatro es imposibilitado de expresar su esencia, que reside no solo en la capacidad dramática y estética, sino sobre todo en el diálogo como recursos crítico y filosófico.  

En Manabí el teatro tuvo momentos de gloria apoyado por la Universidad Eloy Alfaro dirigida por Medardo Mora, institución que incentivó el Festival Internacional desde finales del siglo XX, raíz de lo que quiso ser una revolución cultural en la ciudad puerto, detenida a la postre por el propio Estado, al mismo tiempo que se posesionaba la tecnologización devorante. A pesar del menoscabo, los grupos originales perseveran. Este fin de semana nos regocijamos en Bahía de Caráquez con el grupo Contraluz, que puso en escena la obra de Nixon García, un referente junto con Rocío Reyes, ambos fundadores del histórico grupo La Trinchera. Al concluir la función nos quedó la grata sensación de que el teatro, aunque sin teatros, pervive. En la magnífica obra “35 milímetros”, nos fundimos los espectadores con los artistas, el diálogo, la estética, el poeta y las butacas.

Las artes reales y la conciencia crítica, serán la salida a la crisis del humanismo. Según recuerdo, algún artista dijo una vez, que un niño que toca un violín nunca tocará un arma.

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