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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

La Revolución Negra (3)

08 de octubre de 2014 - 00:00

En esos años, una palabra debió tuntunear en los oídos de los cimarrones de Esmeraldas: liberación.  Al final de la jornada laboral debía seguirle el desasosiego por la persistente opresión y entripaba cierto rencor. Así es que tenían un discurso político estudiado y aprendido, mediante oralidad y dificultades, desde los tiempos de illescanos de la República de los Negros y Zambos Libres hasta ese día de aprestos de combate. Una larga y trabajosa teoría política de tres siglos y medio. Los cimarrones no estuvieron para manifiestos o proclamas (por cierto, no es una afirmación definitiva), porque su narrativa excepcional fue la rebelión.  

Es posible que entre esos hombres y esas mujeres hubiera analfabetos, pero no los hubo políticos ni podía haberlos en la comprensión brechtiana, por favor. Las desventajas sociales motivaban preguntas radicales y respuestas parecidas. Debieron ser estados de ánimos individuales vueltos colectivos, después de cada incumplimiento de lo prometido en el apuro del afán bélico de la ocasión, lo fue en las luchas por la independencia y las cuentas todavía no satisfacían en el alfarismo. En la resistencia objetiva del oprimido se niega la autoconsolación, la resignación o tentarse al acomodo por el chin de nada alcanzado. Intuitivamente los cimarrones supieron que “la guerra no constituye un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuidad de la actividad política…”, Karl von Clausewitz, en De la guerra, editorial Libro.dot, 2002, pág. 20. Aquello que se presentó como ‘protesta armada’ a un gobierno alejado de la línea conductual de junio de 1895, para los cimarrones fue el bien contra el mal, así, sin más lujos teóricos.

Para Carl Schmitt, el concepto de lo político tiene ese principio básico cuando se deriva de criterios autónomos. Él dice, por ejemplo, “la del bien y el mal en lo moral, la de belleza y fealdad en lo estético, etc.”. En la guerra civil, de 1913 a 1916, los criterios políticos autónomos fueron evidentes, por un lado Carlos Concha y los liberales queriendo recuperar el alfarismo malbaratado por las acciones del gobierno de Leonidas Plaza; y por el otro el Pueblo Negro menguado en sus derechos. Quedaba establecida la dicotomía controversial resolutiva: bien y mal. O también libertad o esclavitud, que ha sido la encrucijada primordial e histórica de los guerreros. C. Schmitt admite: “[…] la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción entre amigos y enemigos”, El concepto político, Alianza Editorial, 2009, pág. 56.

Para los cimarrones el motivo era entre ellos, oprimidos, y el brazo armado de la opresión, el ejército ecuatoriano. O sea entre amigos (los liberales alfarista) y enemigos (el placismo y los conservadores). Una decisión política al último nivel. Karl von Clausewitz acertó: “Se habían modificado los designios políticos, por el objetivo político”.

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