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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

Columnista invitado

La Revolución Negra (1)

Columnista invitado
24 de septiembre de 2014 - 00:00

Atribuirle la guerra civil solo a Carlos Concha es cargarle con una responsabilidad desmesurada, por la fuerte devastación social y material resultante de los combates; también parecería un juicio sumarísimo e inapelable de quienes, 101 años después y por herencia política o cultural, creen en la inutilidad de esa guerra. La mayoría de las batallas ocurrió en territorio de la provincia de Esmeraldas y la inferioridad en tecnología bélica, potencial económico y cantidad de combatientes se compensó con estrategias y tácticas de guerrillas cimarronas indescifrables para el ejército nacional, que debió permanecer atrincherado a la vecindad de poblaciones y cerca del mar, por si había que mandarse a cambiar. Comenzó el 24 de septiembre de 1913 con el asalto, a trompada limpia, al cuartel de la Policía de la ciudad y acabó el 7 de noviembre de 1916 con la entrega de armas de los últimos montoneros.

Hasta la fecha, los historiadores, la mayoría, buscan motivos baladíes o dan vueltas en torno al tema liberal, para explicar las causas de esta guerra. Dicen que fue para vengar el asesinato de Eloy Alfaro, para derribar al gobierno de Leonidas Plaza Gutiérrez porque llevaba al país al desbarrancadero (así se lee en la proclama de Tachina) y por la recomposición liberal de la Revolución Alfarista. Las otras son de poco crédito y bastante triviales, como aquella que establecía diferencias personales con el presidente Plaza Gutiérrez o crearle tales dificultades para obligarlo a negociar favores; aunque fueran ciertas no dan para una guerra de esas características de encono.

Elías Muñoz Vicuña, en Primero entre iguales, colección Viento del Pueblo, Nº 1, U. de G., 1984, pág. 178, escribe: “La deuda se elevó fabulosamente a cerca de setenta millones de sucre-oro”. Eso era mucho dinero y causó la bancarrota del Estado ecuatoriano. “[…] esa guerra enriqueció y empoderó a la banca, en especial a la guayaquileña, a la que el gobierno de Plaza recurrió una y otra vez en pos de fondos. Así, los bancos emitieron mucho papel moneda sin respaldo…”, Jorge Núñez, EL TELÉGRAFO, jueves 14 de noviembre de 2013, pág. 13.

La ciudad de Esmeraldas quedó destruida, las exportaciones reducidas a nada, ni siquiera se consiguió algún servicio básico o mejora en la comunicación y debió padecer la revancha por décadas de la burguesía blanca. El resultado de esta guerra, aparte de la división de la clase dominante esmeraldeña, fue la ruina total; además de las epopeyas líricas y la exaltación única del líder Carlos Concha, así sin más. Mirándolo así, sin descuidar el análisis del tiempo social y político histórico, esta guerra fue sin razón y sin producto. Más aún si, desde siempre: “La guerra es un asunto de vital importancia para el Estado; la provincia de la vida o de la muerte; el camino de la supervivencia o de la ruina. Se requiere estudiarla profundamente”, El arte de la guerra, Sun Tzu, editora Business, 2003, pág. 15.

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