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En los últimos tres lustros, ha sido pan de cada día conocer denuncias por corrupción, señalando como principales sospechosos a dirigentes políticos, a funcionarios públicos y a empresarios enchufados al poder de turno.
Una característica común de los políticos de izquierda es que en sus discursos atribuyen a los ricos y poderosos la condición de pobreza de la gente, a los capitalistas la explotación a los débiles y con estos alegatos, convencer a un importante sector de electores.
Se promocionan como desinteresados en el dinero, como enemigos de la propiedad y de la empresa privada, es más, en muchas ocasiones, basan sus teorías en que en la comunidad no deben existir propietarios, solamente tierras y unidades de producción comunales o, en su defecto, que a los ricos deben cargarles los impuestos para beneficiar a los pobres. Creen que lo público es de todos, pero administrado por el poderoso y su organización, se muestran ante los medios de comunicación como que no tienen interés en ropa de marca, restaurantes caros o vehículos de lujo.
Pero, por fin, llegaron al poder, todos los grupos de izquierda en pacto con la organización correista, conocida por sus protestas en contra de los ricos y poderosos, pero en la realidad, disfrutando, como ricos y poderosos, pero con los recursos públicos.
Entonces, no es coincidencia que hoy, los casos más sobresalientes de corrupción en la Asamblea Nacional recaigan en dos asambleístas de izquierda: la mismísima presidente del Poder Legislativo, militante de Pachakutik, dándose una vida de capitalista en “spas” (con plata del pueblo); y, su vicepresidente, militante de la Izquierda Democrática, que al parecer cobró dinero a cambio de tramitar cargos públicos para personas necesitadas de un trabajo.
Lo extraño es que estos políticos de izquierda llegan al poder y lo primero que hacen es imitar la vida del grupo social al que desprecian en sus discursos, pero con plata pública.