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El Telégrafo
Mauricio Riofrío Cuadrado

La nueva política: Cultura del hacer

22 de octubre de 2023 - 00:00

La frase “el estilo es el hombre” que fuera acuñada por Georges-Louis Leclerc de Buffon, en su discurso de ingreso a la Academia Francesa, calza perfectamente en el Ecuador de hoy para explicar la coyuntura, la pasada campaña electoral y los nuevos escenarios políticos que en adelante se presentarán.

Sin duda, el estilo es el hombre mismo, el estilo no puede robarse, ni alterarse y esa impronta es la que impuso el candidato y luego presidente electo Daniel Noboa Azín, desde los debates en los que, muchos esperaban confrontación personal y acusaciones, entre gritos y alharacas, hasta sus primeras declaraciones, la bronca no sucedió para sorpresa de los nostálgicos seguidores de la retórica populista y altisonante. 

La agresión y maledicencia no pueden ser los motores de la política, el discurso de odio, violencia y enfrentamiento debe terminar, es hora de que se extingan los “anti” y los “ismos”, la sociedad ecuatoriana está obligada a voltear la página y abrir nuevos senderos. Urge un diálogo nacional, auténtico y sincero que se inscriba en una agenda de país, instrumentada en una mesa de transparencia para generar acuerdos a la luz pública. 

Ser analítico es una virtud, la verborrea e incontinencia verbal siempre serán un defecto, el hombre se hace sabio por escuchar y luego hacer, antes que por hablar, nuevamente el estilo deja en evidencia la calidad de persona, su fuerza mental y carácter. Lo escrito tiene su sentido, porque para iniciar una pelea se necesitan dos y es fundamental escoger las batallas que se libran, eso es lo racional y sensato, más aún cuando del otro lado los enemigos, adversarios o contradictores no pasan de ser simples “pelearingos”, a los que, tomándolos en cuenta, se corre el riesgo de parecerse a ellos y eso si sería terrible. 

Los tiempos han cambiado, la expectativa de la gente también, ya no hace falta el verbo ilustrado del doctor Velasco Ibarra, ni el histrionismo desquiciado de Abdalá Bucaram, tampoco los discursos vibrantes con frases grandilocuentes como aquella pronunciada por León Febres Cordero, “ustedes me conocen, yo no me ahuevo jamás” para luego en otras circunstancias, reconocer que sintió miedo, oró y transó en Taura, o el “o cambiamos el Ecuador o moriré en el intento” de Lucio Gutiérrez, luego ni lo uno ni lo otro, en su huida se subió atropelladamente al helicóptero que a la postre salvaría su vida, o el tristemente célebre “dialogo” en palacio de Rafael Correa y Marlon Santi: “Quién fue el estúpido que dijo eso? Usted señor presidente”, triste para el uno, célebre para el otro. Tampoco se necesita el elocuente discurso de posesión de Jamil Mahuad haciendo referencia a los momentos del Eclesiastés o las expresiones relacionadas con las micciones de Jaime Nebot, todos son botones que sirven de muestra para darnos cuenta de que vivimos otra época. 

Convencidos estamos que, aquellos tiempos no fueron mejores ni peores, tan sólo diferentes y en descifrar esa ecuación está el detalle para medirse la banda presidencial.  

La partidocracia tan vilipendiada en décadas pasadas, hoy ha sido derrotada (ojo, no aniquilada) por la fuerza joven, curiosamente quienes criticaban las mafias políticas de los partidos, terminaron siendo lo que otrora cuestionaron y han perdido por segunda vez consecutiva, desgastados y fraccionados.

Es la hora de recuperar, en la práctica, el concepto de nación que permite el enlace entre la sociedad civil y el estado, ojalá sea una buena premonición la fotografía que circula en redes sociales y que muestra al presidente electo Daniel Noboa Azín al pie de un cuadro del presidente interino Clemente Yerovi Indaburu, quien hizo pocas cosas pero las hizo bien, su legado histórico constituye el modelo de gobernante que el Ecuador necesita, siempre "con la maleta hecha" se fijó tres objetivos principales y los cumplió a rajatabla.

Lo hemos dicho reiteradamente, ser presidente del Ecuador, en este momento de la historia, implica ser dueño de una certera capacidad de diálogo y manejo político, supone gran entendimiento y firmeza para la toma de decisiones difíciles. La estrategia emergente, en busca de resultados, debe concretarse desde el primer día.

La única salida: concertar sin candidez, hablar menos y hacer más.

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