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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

La nueva Ley de Educación Superior

24 de junio de 2021 - 00:55

Se viene la nueva Ley de Educación Superior. En los medios se posicionan tópicos sobre la autonomía de las universidades; la profesionalización correspondiendo al mercado laboral; el libre ingreso de los jóvenes y la “politización”. Casi nadie discute sobre la educación para el desarrollo humano político - espiritual, y su constante necesidad de justicia, creación y adaptación a cambiantes realidades naturales y artificiales.

En cuanto a la politización, el calificativo es sesgado. Si una universidad no es política, entonces no es universidad, porque la política es debate de ideas. Ese no es el problema, sino la transformación de algunas universidades en una base clientelar.

El efecto de la Ley actual ha sido en general nocivo, porque entronó al Estado sobre la sociedad, privilegiando el poder de control tecnocrático. Véase el Art.1, que enuncia primero la “regulación” y coloca en segunda línea el derecho a la educación. El espíritu de la ley dio paso a un régimen pretoriano que ha operado mediante un embrollo de reglamentos y resoluciones, donde está parte de meollo.

Algunas universidades se transformaron en verdaderos campos de batalla: el aparato tecnocrático disciplinar tenía como fin liberar puestos de trabajo para llenarlos con clientela. En varios casos la clientela era producto de una cartonera que aupó a la mediocridad y la ciencia falsa, medidos por indicadores interpretados a discreción por el poder burocrático, según el evaluado fuera o no su connado. En varios casos se intervino universidades en procura de descalabrarlas, para beneficiar a otras aliadas con presupuesto.

Aunque el efecto de la Ley fue opresivo, el texto tiene sus partes buenas, entre ellas la perspectiva holística que valoró el saber ancestral, la gratuidad y el denodado propósito de evitar el fin de lucro y las “universidades de garaje”.

Creo que con la nueva ley se busca generar condiciones para que la empresa privada, con fines económicos, surfee más libremente, afirmando patrones que tienen a la educación como un negocio y una industria de obreros profesionales.

La educación, al final, no es sino una pedagogía para generar capacidades creativas, cognitivas, de justicia social y readaptación, frente a una realidad inmensamente compleja, cambiante y global. Si la educación es mirada como un lugar de clientela o mero negocio, el devenir es tenebroso.

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