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El Telégrafo
Íñigo Salvador Crespo

La muerte de Sherlock Holmes

01 de abril de 2018 - 00:00

Ordenando viejas diapositivas, me encuentro con las del paseo a Reichenbach en el verano de 1990. Desde el pueblecito de Meiringen, en el cantón suizo de Berna, Leonardo y Mónica, Pedro, la dulce Jimena y yo ascendimos a pie por un tortuoso sendero alpino. Tres horas más tarde llegamos al desfiladero sobre el torrente de Reichenbach, que se desploma en el vacío, en medio de una nube de agua pulverizada.  Una placa de bronce deslustrado declara: “Aquí murió Sherlock Holmes”.

Sabido es que a Arthur Conan Doyle, su personaje de Sherlock Holmes le tenía harto, pues, habiendo escrito otras obras, mejores según él, ellas eran inevitablemente eclipsadas por los episodios del neurasténico detective. Así es como el doctor Doyle resuelve que Holmes debe morir. Y escoge como escabroso escenario de su muerte la cascada de Reichenbach. (En La noche en que Frankenstein leyó el Quijote, Santiago Posteguillo la sitúa en Alemania, pero se equivoca, como se ha visto).

De una de nuestras mochilas salió un tomo de Todo Sherlock Holmes. En silencio litúrgico, con fondo de rugido de cascada y rumores de bosque, los cinco jóvenes nos turnamos en la lectura de ‘El problema final’; episodio en que Holmes y el profesor Moriarty, su archienemigo, luchan cuerpo a cuerpo hasta finalmente caer en el abismo, engarzados en abrazo fatal, con la respectiva pirueta en el aire y grito en efecto “doppler” acallado por el tronar del agua. Fue una especie de rito iniciático, que a Leonardo y a mí al parecer nos marcó, según atestiguan sendas novelas negras que cada uno publicó.

Caminamos de regreso con el corazón liviano.  Además de la belleza del paisaje montañés, nos alegraba saber que, contra toda regla natural, Sherlock Holmes, que había muerto, resucitaría por obra y gracia de la madre del doctor Doyle y de los miles de lectores de la revista Strand (en la que se publicaban por entregas los episodios), quienes tanto presionarían al autor que, tres años más tarde, él terminaría por volverle a la vida.

Es misterioso el efecto que una foto antigua provoca en la memoria. (O)

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